Juegos Olímpicos : MITOLOGIA  

Zeus

Afrodita

Crono

EN EL PRINCIPIO FUE EL CAOS 

Todas las mitologías necesitan definir el principio del mundo: como si copiasen unas de otras, la mayoría empiezan en el caos. También la mitología hebrea. En el principio, dice el Génesis, creó Dios el cielo y la tierra (hasta aquí viene a ser como el título del libro). Y sigue: la tierra era inútil y estaba vacía, y vino el espíritu de Dios sobre las aguas. En ninguna de estas mitologías consiste la creación en crear la materia, sino en organizarla y darle vida. La inercia lleva al caos, no al orden. Cualquier cosa abandonada a sí misma sin un dueño y señor que le marque un designio (=un diseño), tiende a la degeneración y al caos. Es como ha funcionado todo creacionismo y providencialismo, la dirección opuesta al evolucionismo, que sostiene que la inercia es capaz por sí misma de dar vida y orden al caos, y que seleccionando los aciertos casuales y desechando los errores, es capaz de llegar a los diseños más extraordinarios; pero sin diseño previo ni proyecto. El reloj sin relojero y el mundo sin creador. 

Las cosmogonías egipcia, fenicia, judía y griega, demasiado próximas entre sí para ser totalmente originales, utilizaron sin duda elementos comunes en su construcción. En el mismo entorno geográfico, la religión del persa Zoroastro avanza ya el maniqueísmo que la caracteriza, entendiendo el caos como una mezcla del bien y el mal que debe ser depurada por Dios y por los creyentes. Más hacia oriente las doctrinas sobre el caos se perfilan: el Manava-Dharma de la India se refiere al “negro caos informe, profundo abismo inútil y vacío, sin vida y presa del sueño”. Confucio, combinando creación y evolución, determina que el proceso de emergencia de la materia separándose del caos, se tomará un total de 18.000 años, momento en que culminará la creación y se mostrará en todo su esplendor. Es el creacionismo agustiniano, que da por bueno que la creación con la consiguiente eliminación del caos, no se concluyese en los 6 días de la creación. 

Los pueblos intentan encontrarle una explicación al mundo y al hombre. Todos recurrieron al mito para explicar lo que les parecía obvio: que uno y otro son obra de la divinidad. Pero ninguno parte de la nada: todos son transformadores de una realidad preexistente sin valor alguno, dominada por la oscuridad y el caos. Todos construyen un cosmos (un todo bello y armonioso) con ese montón informe de materiales que es el mundo antes de que la divinidad ponga su mano, y en las mitologías más avanzadas, su palabra. 

Una lectura subliminar de estos mitos nos hace ver en ellos la justificación de los señores de la tierra y de los hombres. Antes de la llegada de los dioses cuya epopeya creadora se canta en el mito y que actualmente tienen en sus manos el destino de los hombres, la tierra en cuestión (y de ahí toda la tierra) era caótica, inútil, incapaz de mantener a sus habitantes: su cultura era de lo más primitivo. Llegan los señores (Eloím en hebreo y héroes divinizados en griego) y ponen orden en el caos que se encontraron al llegar. Construyen un mundo y una cultura que transforma la tierra tanto en sentido agrícola como urbano y artesanal. En Roma será Saturno (Cronos para los griegos) quien enseñándoles la agricultura les libra de la barbarie de comerse a sus hijos para alimentarse. De eso acusa Yahvé a los palestinos para justificar su expulsión.

 

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