LAS CLAVES
LÉXICAS
MÁS ALLÁ DE NOSOTROS MISMOS
La mayor diferencia entre un ser
vivo y la materia inerte es que aquél se relaciona con el entorno, tiene
tendencias y en efecto acaba moviéndose hacia lo que le rodea; mientras
que la materia inerte no tiene movimiento, no tiene ninguna tendencia,
ningún afecto, ninguna inclinación. Es que resulta que finalmente
tendencia, inclinación, movimiento hacia algo, afecto, son sinónimos. Es
que un viviente que vive encerrado en sí mismo, tanto menos vivo está,
cuanto más encerrado. Porque la vida, al fin y al cabo, es movimiento
hacia fuera de sí mismo, es contacto con lo exterior, es mantenimiento y
crecimiento de uno mismo por absorción de lo que está fuera. Y si esta
proyección hacia fuera de sí mismo es imprescindible para la vida
puramente vegetativa, no lo es menos para la vida anímica.
Del mismo modo que un cuerpo
encerrado en sí mismo acaba anquilosándose, también el alma se hace
materia y cada vez más pesada, si no sale hacia fuera, hacia otras
almas. Es lo que llamamos la vida emocional. ¿Qué es e-moción sino
moverse hacia fuera (ex) de sí mismo? Y sabemos la enorme
importancia que tiene lo emocional en la calidad y en la intensidad de
nuestras vidas. El mismo lenguaje nos pone sobre aviso de que la clave
de nuestras emociones está en salir de nosotros mismos, en abrir
ventanas al exterior.
Y cuando queremos expresar más
de lo mismo, cuando queremos poner en una palabra nuestra buena
inclinación hacia los demás, elegimos de nuevo un término en el que con
la preposición ad = hacia, indicamos que salimos de nosotros
mismos en dirección a los demás. Es el afecto, es nuestra vida afectiva.
El uso de estas palabras nos ha hecho percibir la vida de relación como
algo añadido a nuestra esencia, como un lujo incluso; y nada más lejos
de la verdad: la e-moción y el a-fecto forman parte de la configuración
de nuestra alma, igual que las piernas y los brazos no son un añadido a
nuestro cuerpo, un lujo, sino parte esencial del mismo. Son la más noble
humanización de instintos de que nos dotó la naturaleza, como los brazos
y las manos son asimismo el más extraordinario remodelado de los
miembros que nos dio la naturaleza.
Me quedo en esta imagen tan
plástica para explicar que estamos ante conquistas humanas de la mayor
trascendencia, conquistas que han tardado millones de años en cuajar.
Nuestros brazos han aprendido a abrazar y nuestras manos a acariciar al
mismo ritmo que se perfeccionaban como brazos y como manos; y nuestra
boca aprendió a besar, y nuestros ojos aprendieron ternura al tiempo que
evolucionaban hacia la forma humana que ahora tienen. Al tiempo que se
humanizaban nuestros miembros y nuestros órganos, se humanizaban también
nuestros instintos. Y tan maravilloso como es haber conseguido
transformar las que fueron nuestras patas delanteras en el inmenso
prodigio de las manos y de la sabiduría y habilidad y ternura que en
ellas reside, así de grandiosa y sublime fue la transformación de los
instintos a cuya medida estaban diseñados los miembros.
A tenor del gran dogma
evolucionista según el cual la necesidad crea el órgano, son los
condicionamientos conductuales los que tiran del órgano, y no a la
inversa. Según eso, fue el impulso del alma hacia la habilidad lo que
hizo las manos hábiles, cada vez más hábiles; y fue la necesidad de
ternura la que transformó nuestros instintos básicos en los
refinamientos espirituales del amor. Nuestros afectos le ha costado
tanto elaborarlos a la humanidad como los dedos de las manos. Por eso es
tan importante que conservemos tantos rasgos de nuestro espíritu que en
aras de la modernidad estamos echando por la borda.
EL
ALMANAQUE se ocupa hoy del afecto. Una palabra extraña
AFECTO
Viene del latín affectus,
un compuesto de ad más factus, que así a bote pronto, se
podría traducir como “hecho para”. Salta a la vista que se trata
de una forma adjetiva (part. pas.) del verbo facio, fácere, feci,
factum (= hacer) con la a del supino transformada en e
por efecto del prefijo ad, de dirección. El compuesto afficio,
affícere, affeci affectum tiene en su origen una gama de
significados muy sugerente.
En Plauto y Ennio se usa con el
valor de “despertar en alguno cierta disposición de ánimo”, influir,
obrar sobre alguien, afectar a alguien de manera agradable o
desagradable. En forma pasiva, estar o sentirse afectado por algo. En
general se usó el verbo affícere para expresar que aquello que se
hacía a o para alguien, además de hacérsele, le afectaba:
affícere áliquem praemio era darle a uno un premio (literalmente,
afectarle con un premio); pópulum servitute affícere, reducir al
pueblo a esclavitud (lit. afectar al pueblo con la esclavitud);
affícere áliquem poena, imponerle a alguien una pena (lit. afectarle
con ella, obrar sobre él mediante la pena). En medicina se usaba ya este
verbo con el sentido que hoy le damos: cuando decían pulmo totus
affícitur, todo el pulmón está afectado; o inflammatiónibus
áffici, estar afectado de inflamaciones, querían decir que al órgano
en cuestión se le hacía algo que le afectaba, que modificaba su manera
de ser o estar.
De las afecciones físicas
se pasó a las morales, ya mucho más cercanas al afecto: nos
afficit angor, nos afecta la angustia, estamos angustiados;
terror in diversum afficit, el terror afecta de formas distintas,
produce sentimientos diversos. El salto de los “efectos” de las acciones
externas a los afectos propiamente dichos, el latín lo da al
pasar de la forma adjetiva del supino, a la forma sustantiva; de manera
que mientras el adjetivo affectus, a um mantiene la línea
significativa del verbo, y así nos da los valores de provisto, dotado
de, dispuesto a, preparado para; el sustantivo affectus, us (de
la 4ª), significa ya directamente afecto, sentimiento, disposición del
alma, inclinación, amor, ternura, pasión. En medicina, en cambio, sigue
manteniendo el valor que le viene del verbo, y significa afección,
dolencia, enfermedad.
Pero sigue el zigzagueo de este
lexema en el verbo affecto, affectare, affectavi, affectatum, que
hemos transcrito y traducido a nuestra lengua como afectar; pero
que no significa eso en latín, sino que como frecuentativo que es de
affícere, significa acercar a, aproximar a, alcanzar, emprender,
tender a; y en el plano anímico, desear, tratar de alcanzar, procurar
con afán, tratar de ganarse algo o a alguien; y llegando a la
afectación, afectar, disimular, aparentar. La affectatio, que
para nosotros es un vicio, para los romanos era una virtud, porque
significaba la fuerte inclinación hacia algo, y la insistencia en
acercarse a ello. Philosophia sapientiae amor est et affectatio,
decía Séneca: “La filosofía es el amor a la sabiduría y el afán por
alcanzarla”. Luego, en retórica y en literatura se llamó affectatio
al esfuerzo exagerado y notorio por conseguir determinados efectos; de
ahí salió nuestro concepto de afectación.
¿Qué queda de todo esto? Pues
que los afectos son los impulsos que nos mueven en dirección a (ad)
algo o a alguien. Son también las inclinaciones con que ya estamos
marcados, algo muy próximo a los instintos; la proyección con que
estamos marcados desde que nacemos (la disposición, las tendencias, las
capacidades…); es el factus esse ad, que decía san Agustín (fecisti
nos ad te…nos lanzaste en dirección hacia ti). Es que igual que no
hay cuerpo sideral que no esté proyectado en alguna dirección, tampoco
hay vida, sobre todo vida anímica, que no esté proyectada, que no tenga
impresa una dirección. Eso son en fin de cuentas nuestros afectos:
las distintas direcciones hacia las que tiende nuestra alma, porque no
puede estarse quieta en sí misma, porque necesita “hacerse hacia los
demás”.
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