LA SABIDURIA DE LO ENFERMO:       Dr. Javier Martínez y Dra. Maria Jesús Clavera

Cómo fabricar epidemias (3): Cuando el 'fuego' provocado alcanza nuestra propia casa

En los últimos lunes hemos examinado algunos mecanismos a través de los cuales la estupidez humana, disfrazada de 'rentable' técnica y de 'beneficiosa' ciencia ha generado importantes plagas y epidemias que hoy nos están asolando y arruinando, sin que nadie responda de ello, por cierto. Quien quiera repasar conceptos, estos son los enlaces a los artículos previos: "Aproximando pajares y cerillas" (+) y "Echando 'gasolina' plaguicida al 'fuego' epidémico" (+)

Pero el daño que ha provocado la 'mentalidad' homogenizadora, intensivista, manipuladora y masificadora no ha quedado sólo 'fuera': como era de esperar, ha alcanzado también a nuestra cultura, y a nuestros sistemas de comunicación, educación, salud y ocio, en formas realmente inquietantes.

Cuando pasamos con el coche por las carreteras del 'mundo desarrollado' observamos amplias extensiones de campos uniformes, con plantas perfectamente iguales, dispuestas en hileras y columnas equidistantes, con ramas domeñadas a veces con alambres y con el suelo 'perfecto', es decir desnudo, periódicamente irrigado, abonado y limpio de 'malas hierbas'. Su diseño casi geométrico destaca aun más cuando vamos en avión y contrasta con la variopinta, errática y exuberante vegetación que observamos en el Tercer Mundo, al menos en sus zonas 'salvajes'.

Sabemos que la uniformidad geométrica de esas amplias colecciones de monocultivos están orientadas a facilitar y 'rentabilizar' las labores agrícolas, hoy en día muy mecanizadas y 'normalizadas' y a aumentar en un factor notable la producción. Algo similar observamos en nuestras granjas, cada vez más grandes, masivas y uniformes: algunas instalaciones, las que hoy resultan más 'rentables' albergan en EEUU decenas de miles de cabezas de ganado que nunca verán la luz del sol.

'Plantaciones', 'granjas' y 'ciudades' son hoy día una masa, cada vez mayor, de seres 'normalizados' y 'homologados', dispuestos en planos, filas y columnas (o en pisos, calles y habitáculos, que es lo mismo).

La repercusión en los ecosistemas es obvia: Hasta los insectos, reptiles y pájaros de nuestros campos han mermado notablemente su diversidad: lo que antaño hervía de vida y sonidos, ahora está semivacío, 'limpio' y 'estandarizado'. Nuestros campos, granjas y ciudades son muy productivos, pero en esa ortogonalidad ya no cantan los segadores, ni croan las ranas, ni nos sorprende el 'hermano lobo'; todo es monótono, uniforme, perfecto, triste, con cierto aire de 'campo de concentración'.

Pero algo similar ha ocurrido en la sociedad humana. Los totalitarismos (de derechas o de izquierdas) que han afectado a la humanidad en el último siglo han tenido esta misma característica común, que  describiremos con la metáfora agrícola: el 'monocultivo', el exterminio de las 'malas hierbas', la contaminación química, la selección genética, la masividad, la uniformidad. ¿Acaso no se hizo esto con millones de seres humanos en el pasado siglo XX?

La mentalidad de los estándares, baremos y fichas ha alcanzado también a la formación de nuestros jóvenes, incluso al que llamamos 'sistema educativo': son malos tiempos para el genio y el carisma, para el que 'no encaja', para el diferente. Hasta el ocio y 'diversión' (relacionado con 'diversidad') están normalizados: la industria del espectáculo y del deporte de masas uniformiza a los adultos, mientras sus hijos se 'desparraman' de la misma forma desde el viernes por la noche, con las mismas litronas y 'sustancias', por los mismos circuitos y macroescenarios. Su rebeldía está 'estandarizada', como están estandarizados el discurso de los políticos, las manifestaciones 'autorizadas', etc.

A mediados del siglo XIX el poeta judío-alemán Heinrich Heine, haciendo referencia al antisemitismo de su época, profetizó que "un pueblo que quema libros, los libros que albergan las diferencias, a la larga terminará quemando hombres” (a los “diferentes”, claro, a los “no normalizados”). Como todos sabemos, esta profecía se ha ido cumpliendo varias veces a lo largo de la Historia.

Hoy tendríamos que adaptar esta celebre frase a otros 'hermanos' presentes en esa casa común que es la Naturaleza: nuestros animales y vegetales, tanto macroscópicos como microscópicos. Considerándolos 'perjudiciales' los hemos matado sin piedad; o considerándolos simple 'recurso a explotar', los hemos aprisionado, esclavizado, intoxicado y enloquecido. Los resultados de esta ceguera no han tardado en manifestarse históricamente: multitud de plagas y enfermedades debilitadoras flagelan y arruinan nuestras 'plantaciones', 'granjas' y 'ciudades' (si es que queda ya alguna diferencia entre estos tres términos) y mañana nos diezmarán sin piedad, si es que antes no rectificamos.

Y es que quien uniformiza, enloquece y mata a la madre Naturaleza, en la que estamos todos contenidos... acaba tarde o temprano uniformando, enloqueciendo y matándose a si mismo.
 

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