LA SABIDURIA DE LO ENFERMO:       Dr. Javier Martínez y Dra. Maria Jesús Clavera

Las ‘Densidades’ de la Vida

Antes del verano hablamos de ‘Las Simetrías de la Vida’ (+) y el anterior de ‘Los Ciclos de la Vida’ (+). Hoy queremos hablar de una jerarquía en los modos en que la salud y la enfermedad se manifiestan, modos que fueron comparados por los antiguos a ‘densidades’ diversas, que eran simbolizadas, entre otros, por adjetivos calificativos (pesadas, fluidas, sutiles), por metales y planetas (plomo-Saturno, hierro-Marte, cobre-Venus, etc), por sistemas astronómicos-astrológicos (mundo sub-lunar o terrestre, lunar, celeste), por chackras y, sobre todo, por ‘elementos-animales’ simbólicos básicos (tierra-toro, agua-hombre, aire-águila, fuego-león).

Cuando nos enamoramos, por ejemplo, numerosos tipos de ‘vidas’, acusan el impacto del amado/a: nuestro cuerpo en celo acusa la proximidad del sexo opuesto, pero también nuestro corazón se siente atravesado por una saeta emocional, a la vez que nuestra mente queda ‘prendida’ por la imagen del amado/a, a la que ve, en forma cuasi-obsesiva, por todas partes; una extraña vibración nos impulsa, escribimos inspiradas poesías en cualquier trozo de papel, cantamos dulces requiebros a la luz de la luna, y, si hemos obtenido el ‘si’ de quien nos ha quitado el sueño, una impetuosa energía nos hace brincar, danzar y abrazar al primer viandante que nos encontremos: es la Alegría, el impulso a vivir y a crear, esa formidable Diosa a la que canto Schiller y Bethoven en el himno que lleva su nombre.

¿Es el enamoramiento un acontecimiento moral, emocional o instintivo?: Si el enamoramiento es integral es decir, de esos que se escriben con mayúscula, los tres mundos a la vez -cuerpo, alma y espíritu- sufren ciertamente un gran seísmo. Pero también es cierto que, en otras ocasiones, hemos notado de forma predominante el impacto de uno de los ‘modos de vida’. La literatura -la buena- tiene un gran poder para sumergirnos, casi con exclusividad, en cada uno de las modalidades o densidades vitales: ante un buen relato erótico, es nuestro cuerpo, pero apenas nuestra alma, y menos nuestro espíritu, quien acusa un (bajo o alto) diapasón instintivo; ante una telenovela o una rima de Bécquer es nuestra alma la que acusa un (bajo o alto) diapasón sentimental; y ante las poesías de San Juan de la Cruz o El Cantar de los Cantares es nuestro espíritu quien, en octavas superiores, hace sentir sus armónicos.

Es entonces, con los impactos diferenciales, cuando notamos, perplejos, el grado en que cada una de las modalidades o ‘densidades’ vitales tiene una forma de existencia hasta cierto punto independiente dentro de nosotros. Los griegos, más finos en estos menesteres que nosotros,  tenían palabras diferentes (eros, storge, filia, ágape, etc) para distinguir lo que nosotros englobamos en una misma palabra: amor. Como recuerdo de la sutileza clásica, aun hoy distinguimos ‘amor carnal’ de ‘amor platónico’.

La enfermedad y la muerte, como cualquier otra manifestación de la vida, también se expresa en las distintas densidades o niveles vitales: estamos enfermos porque nuestro cuerpo esta enfermo, ciertamente; pero es aun más cierto que la mayor parte de nuestro ‘padecimiento’ radica en nuestra alma (nos sentimos y vemos enfermos) y, en los casos más ‘sombrios’, en nuestro espíritu (estamos rotos, desmoralizados); la misma etimología de ‘enfermedad’ (+) como ‘falta de firmeza’, apunta precisamente a esto. Si no curamos el cuerpo y además el alma y además el espíritu ...no curamos. Es así de sencillo.

Esta fue la cosmovisión predominante durante milenios en la mayor parte de los grandes troncos culturales de la Humanidad: había tres ordenes ‘vitales’ (Cuerpo, Alma y Espíritu), subdividibles cada uno en varios subniveles; el orden corporal comprendía lo físico-químico, lo biológico y lo funcional-activo; el orden anímico comprendía un escalafón de energías vitales, de emociones y de ideas-conceptos; y el orden espiritual comprendía un escalafón de virtudes, con la vida divina en la cúspide.

Así fue hasta que Descartes empezó a hablar sólo de dos ordenes vitales (Cuerpo y Alma) y los materialistas de hace un siglo, solo de uno (cualquier aspecto de la vida era sólo una propiedad ‘emergente’ de la Materia, según ellos). Hoy estamos más o menos así, en el llamado ‘reduccionismo materialista’, aunque en el mundo ecológico se suele usar mucho el dualismo ‘Cuerpo-Mente’, sugiriendo, sin decirlo, que tenemos sobre todo un cuerpo, y que la mente seria la formidable manifestación de un ‘software’ situado a caballo entre el DNA y el cerebro.

Cada época tiene sus ‘cosmovisiones’, modelos y metáforas, y nosotros tenemos esta: más que dogmatizar y pelearnos, hemos de intentar de encontrar las correspondencias entre nuestra cultura y las que la han precedido. Y, las llamemos como las llamemos, las distintas densidades o niveles de la vida, seguirán existiendo, por los siglos de los siglos. Hay muchas ‘vidas’ en nuestra VIDA; y nosotros vivimos en forma ineludible todas ellas. Afortunadamente.
 

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