SENTIR
Comparemos estas expresiones: "tener
vista", "tener oído", "tener olfato",
"tener gusto", "tener tacto" y "tener un
sexto sentido". De ellas, tener oído, tener gusto y tener vista
son las que al convertirse en metáfora mantienen un significado más
afín al que corresponde a cada sentido. Los que dan un salto más
audaz son tener tacto y tener olfato; sobre todo este último, porque
mientras los demás sentidos los tenemos en un buen nivel de
actividad, el del olfato lo tenemos verdaderamente atrofiado. Tal como
podemos orientarnos razonablemente por la vista, el oído y el tacto,
mal lo tendríamos si tuviésemos que organizarnos la vida, y en
especial la de relación, guiándonos por el olfato. Y a pesar de eso,
la lengua ha cargado sobre el olfato la más fina percepción en
cuanto al conocimiento de las personas se refiere, y sobre el tacto en
lo que respecta al trato. De ahí que me sienta inclinado a partir del
prejuicio de que en latín (y también en griego) el sentido por
excelencia es el olfato, de manera que el significado primitivo de
"sentir" tuvo que ser "oler". Porque lo realmente
improbable es que primero se formase el genérico "sentir",
y luego los específicos de cada sentido. Es más razonable pensar que
el verbo genérico de todos los sentidos correspondió a un sentido
específico, precisamente al más sensitivo de todos y el más
genuino; y a juzgar por el rastro que ha dejado, éste pudo ser muy
bien el olfato. Incluso el hecho de que se haya desviado en varias
lenguas románicas hacia el significado de oír, nos habla bien a las
claras de su inestabilidad. Pero por otra parte, el hecho de que haya
pasado a denominar las sensaciones y sentimientos más
"espirituales" (spíritus, spirare), más
intangibles, hace pensar que sentir haya sido en un principio oler.
Sentio, sentire, sensi, sensum
tiene en latín los mismos significados que el "sentir" del
español, pero con una fuerte tendencia a lo que son los sentimientos
profundos tanto de la inteligencia como del corazón. Quizá nos sirva
recorrer el campo léxico para comprobar qué tenemos en la raíz sent.
Tenemos por una parte la palabra sentina, que en última
instancia significa "lugar maloliente", y por otra sentis,
que es el nombre de la cambronera, una especie de zarza que se
caracteriza por su aroma. Aparte de esto nos queda la sententia,
que en rigor es aquello en que coincide todo el mundo, lo que todos
"sienten" igual. Tenemos por otra parte los verbos olere (despedir
olor), odorare (oler, despedir olor) y odorari (oler,
percibir el olor). Pero resultan sospechosos en un aspecto, y es que
su significado de origen es "despedir olor". El significado
de "percibir el olor" se obtiene mediante una modificación
puramente gramatical del verbo que significa "despedir
olor". No es lo propio, porque realidades tan profundamente
distintas como comer y ser comido, ver y ser visto, oler y ser olido,
no pueden ir en un mismo lexema más que cuando se ha entrado ya en el
total artificio gramatical. La voz pasiva es una ficción casi
exclusiva para gramáticos; por eso no son fiables las variaciones
radicales de significado basadas únicamente en sutiles variaciones
morfológicas. Mi impresión es que el sentido del olfato se quedó
sin verbo cuando el suyo, que era "sentir", se tomó de
prestado para aplicárselo a todos los sentidos.
Mariano
Arnal
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