PROLÍFICO
El mundo está loco, loco, loco. Los países
"desarrollados" estamos jugando con fuego. No está nada
claro que con la política de cambiar reproducción por producción,
salgamos ganando a corto plazo. A largo plazo está clarísimo que no.
Prolíficus
es el que facit (hace) prolem (prole);
generalmente se denomina así al que tiene mucha prole. Del verbo alo,
alere, altum, que significa alimentar (de
paso, observemos cómo el adjetivo alto es el participio pasado
de alere, alimentar), con el
prefijo pro, se forma el sustantivo proles, que tiene el
mismo significado que para nosotros, puesto que prole es un término
culto tomado directamente del latín. De esta familia nos es más
conocida la palabra proletario (ver
web), que
era el ciudadano pobre, que no podía aportar al Estado otra cosa que
su prole. Así estaba inscrito en los registros de la Hacienda
romana; es decir que todos los ciudadanos contribuían con dinero al
erario, menos los proletarios, a los que se computaba la prole como
contribución a las necesidades de la comunidad.
La prole es un bien valiosísimo de la
comunidad (no sólo de sus padres). Si no se tiene, hay que
importarla. Y eso a la larga crea conflictos. Ocurre muy a menudo que
los trabajadores importados son más prolíficos que los aborígenes,
con lo que inexorablemente acaban ocupando más territorio y más
poder político y económico, que despiertan los recelos o simplemente
el resentimiento de los autóctonos (ver
web). Si además
tienen personalidad y cultura propia, el conflicto está servido. Sólo
los países que se definen en su propia constitución y en su praxis
diaria como multiétnicos y multiculturales, conjuran estos peligros.
Para los que están formados por una nacionalidad que se considera con
derecho preferente o exclusivo al territorio, importar personal es a
la corta prosperidad; y a la larga, exacerbación nacionalista y
conflicto.
Una fórmula que ha aplazado el conflicto,
pero no lo ha resuelto, es que el Estado considere como propios los
hijos de los extranjeros y los desarraigue de la cultura de sus padres
para integrarlos totalmente como ciudadanos del Estado que los ha
importado. Pero al no ser nunca completa esta solución, porque nunca
se alcanza el desarraigo de todos, lo único que se consigue es un
estado de fricción constante hasta que el cambio de correlación de
fuerzas hace propicio el estallido.
¿Qué es lo que estamos haciendo los países
desarrollados? Simplificando mucho, hemos decidido (todos y nadie) que
es más beneficioso para los individuos, para las familias e incluso
para el Estado, que la mujer dedique el menor tiempo posible a tener
hijos (los hijos requieren mucho tiempo; hoy por hoy todavía el de la
madre con preferencia), para entrar de lleno en el sistema productivo.
Con ello la riqueza de las familias y la del Estado es mucho mayor,
pero a costa de dejar desatendido el capítulo de la reproducción,
que de hecho se deja para las mujeres del tercer mundo, que nos mandan
a sus hijos a trabajar a nuestros países y a suplir nuestro déficit
en el relevo generacional. Y un día u otro, acabamos pagando este
servicio.
Mariano
Arnal
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