Artículos
- Actualidad -  Libros - Curiosidades -   Estética - Enfermedades - Léxico

 

PARASITISMO

Cuando hablamos de parásitos, solemos pensar en esos animalejos diminutos y molestos que se hospedan en nuestro cuerpo o en el de otros animales; por eso al aplicar esta denominación a una persona, tenemos conciencia de que lo hacemos metafóricamente. Pero no es así, porque esta palabra la crearon los griegos precisamente para referirse al comensal que se sentaba en la que no era su propia mesa, sino en otra a la que había sido convidado. Y así, al igual que en español tenemos el nombre de huésped tanto para el hospedador como para el hospedado, en griego usaron en un principio el nombre de parásito tanto para el que daba de comer a otros, como para el que recibía comida de otros. Precisamente hablando de parásitos, se denomina huésped a la planta o animal que tiene hospedado un parásito. El primero de los dos elementos de que está formada la palabra, es una preposición (para / pará) que significa junto a. Y el segundo (sitoV / sítos) significa trigo. El trigo para los griegos, como para nosotros el pan, era el alimento por antonomasia. De ahí que formasen el verbo sitew (sitéo) con el significado de alimentarse (en general; no sólo de trigo); y el verbo sitizw (sitítzo) (=alimentar, dar de comer), ambos derivados de sitoV/ sítos. Los parásitos por antonomasia fueron en Grecia lo que en Roma fue la clase de los clientes: gente sin medios de producción propios (entre ellos, esclavos manumitidos), que tenían que acogerse a la munificencia de algún "patrón" o del estado. ParasitoV (parásitos) eran llamados en Atenas, además de todo comensal, aquellos que eran alimentados en el Pritaneo con cargo al estado. Eran llamados también parásitos los sacerdotes adjuntos del sacerdote principal, que compartían con él los alimentos del sacrificio. Y se llamó también parásito al magistrado adjunto de un magistrado superior. Y el funcionario encargado de hacer entrega de los cereales que debían ofrecerse a los dioses o de recoger y entregar para el sacrificio los que ofrecían los fieles. En cuanto a los que finalmente monopolizaron el nombre de parásitos, figura que importó Roma, llegó a haberlos de tres clases: los aduladores, que vivían de explotar la vanidad de sus anfitriones; los burlones, cuyo significado es obvio, y que se convirtieron en bufones; y los sufredolores o burros (de aquí debe proceder el insulto). Por supuesto que el parásito acabó siendo personaje imprescindible en la comedia. De todos modos quede claro que ni los griegos ni los romanos aplicaron esta palabra a la medicina; se lo impedían el sitoV / sítos (trigo), y la personalidad de los parásitos, irreductible a algo comparativamente tan amorfo como los que llamamos parásitos en zootecnia y medicina.

Parece que no hace mucho más de 150 años que la medicina ha agrupado a todos los parásitos, creando la parasitología como materia específica, para lo cual echó mano de esta palabra, torciéndole un tanto el significado. Porque el parásito que se hospeda en el cuerpo humano (y en los demás animales y las plantas) no lo hace invitado (cual corresponde al genuino parásito), sino como invasor que además daña seriamente a su huésped. Por eso, si pensamos en la clase del parásito sufredolores o burro de los romanos, no sólo no se dedican nuestros parásitos a aceptar que descarguemos en ellos nuestros palos y azotes, sino todo lo contrario: son los parásitos los que nos azotan a nosotros.

Mariano Arnal