MÉDICO
II
Cuando el médico era médicus,
es decir en la cultura romana, aún se creía que traía poderes
heredados del hechicero de la tribu; que era un encantador, un experto
en sortilegios, que tenía algún tipo de contacto con las fuerzas y
con los espíritus de la naturaleza, y que gracias a ello obtenía la
curación del enfermo. Cuando la ciencia no tiene respuesta, cuando no
se conoce la naturaleza de la enfermedad y por tanto no hay capacidad
de intervención, se recurre a la invocación de poderes naturales y
sobrenaturales. En culturas primitivas era esa la práctica habitual
de la medicina, y en culturas más evolucionadas es un recurso
excepcional, pero no ya de carácter médico, sino exclusivamente
religioso.
Ésta fue la medicina sustitutiva de una
ciencia que no existía. Incluso en Grecia la medicina nació en los
templos porque se consideraba que eran finalmente los dioses los que
daban y quitaban la salud; e incluso hoy, el enfermo que no ha
encontrado remedio en la medicina, antes de tirar la toalla y
considerar irreversible su enfermedad, recurre a lo ancestral, al
curandero; o a los santos milagreros y a sus templos (hoy es el de
Lourdes el que registra mayor actividad). Miles de exvotos dan fe de
ello. El índice de eficacia de estas prácticas es muy bajo.
Funcionan en tanto en cuanto actúan sobre el componente psíquico que
acompaña a toda enfermedad, y solamente cuando éste forma parte
sustancial de la etiología y por tanto es capaz de arrastrar a las
demás causas. E incluso eventualmente fuera de toda explicación de
cualquier tipo.
Si la enfermedad (ver
web) es para el
romano aegritudo (melancolía, pesadumbre, aflicción,
tristeza), es decir algo fundamentalmente anímico, se entiende que el
médico tenga que actuar por una parte sobre sobre el espíritu del
enfermo, y por otra se tenga que entender con los espíritus de la
naturaleza, al tiempo que aporta los remedios que ahuyenten el mal espíritu
que se ha apoderado del enfermo; y que este concepto de médico
conviva con el científico que se va abriendo paso.
Ni las expectativas del enfermo respecto a
los "poderes" del médico vienen de la nada, ni le van mal a
la medicina estos excesos de fe. La medicina, por científica y
tecnificada que sea, no puede ni debe prescindir del componente psíquico
de toda enfermedad, puesto que en el menos eficaz de los casos,
contribuye a alimentar la fe del paciente y a aliviar en alguna medida
su estado de postración (aegritudo).
La pertinacia del enfermo por seguir viendo
en el médico al heredero del mago, nos ha dejado dos profundas
huellas léxicas: la primera, que el hablante le impone a todo médico
el más alto título académico, "doctor", porque necesita
verlo en el más alto nivel del saber. Y la segunda, que se empeña en
adjudicarle al médico la facultad de devolverle la salud al enfermo,
de manera que cuando se le dice que el médico sólo cuida
("cura") al enfermo, y que es la naturaleza la que le
"sana", el hablante vuelve a su idea, asignando al término
"curar" el valor de "sanar".
Mariano
Arnal
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