HÁBITO
En medicina se
entiende por hábito (más exactamente hábito exterior) el aspecto
externo del enfermo a efectos de diagnóstico. De éste se presta
especial atención a la facies, al tegumento y sus coloraciones, a la
posición, a las deformaciones y un largo etcétera. La facies (latín
facies, faciei = cara, faz) es el aspecto que ofrece la cara del
enfermo, que en algunas afecciones es inconfundible: a las enfermedades
abdominales inflamatorias, por ejemplo, corresponde una facies
caracterizada por la ansiedad, la contracción muscular, los ojos
hundidos, la nariz y el labio superior levantados. La facies cardíaca,
propia de los enfermos del corazón, se distingue por la ansiedad y además
por el brillo de los ojos, muy abiertos y húmedos, y la retracción
ligera de los rasgos de la fisonomía. La facies esclerodérmica ofrece
obviamente un aspecto de la cara acartonado, con escasa movilidad de la
fisonomía, lagrimeo por atrofia del músculo de Horner, nariz afilada y
labios delgados. La facies de esfinge se caracteriza también por la
inmovilidad del rostro, pero de carácter distinto de la anterior, por
deberse a la atrofia muscular progresiva. La facies gástrica delata las
enfermedades crónicas de estómago y tiene como principal distintivo el
permanente mal humor. La facies potatorum (de los bebedores) es típica
del alcoholismo crónico, caracterizada por ectasias (dilataciones) en
la nariz y pómulos. La facies hipocrática es el aspecto lívido de la
cara, con la piel retraída, la nariz afilada, los ojos hundidos y los
rasgos acentuados, e indica que la vida se está apagando. Y así hasta
más de cincuenta facies distintas, características de otras tantas
enfermedades.
Componen también el
hábito exterior el tegumento o envoltura, es decir la piel o la mucosa.
En enfermedades como la ictericia, la enfermedad de Addison (atrofia o
destrucción de las glándulas suprarrenales), el argirismo (la
enfermedad de los que manipulan o usan sales de plata), la cianosis
(coloración azul o lívida de la piel y las mucosas, debida a una mala
oxigenación de la sangre, propia de los trastornos cardíacos y
respiratorios); éstas y otras enfermedades las delata el color de la
piel. La postura o actitud es otro de los elementos que configuran el hábito:
la flexión cérvicodorsal es propia de la enfermedad de Párkinson; a
los atáxicos se les distingue por la característica forma de andar,
debido a la falta de coordinación de los movimientos, síntoma por lo
general de grave afección en el sistema nervioso central. Los que
sufren de algún trastorno en el cerebelo (la región encargada de
coordinar los movimientos) tienen una forma característica de estar de
pie. Entran también en lo que se entiende por hábito, las
deformaciones, ya más evidentes. En lo que realmente sorprende el
conocimiento de los hábitos es en que para quien sabe leer, los
trastornos internos están reflejados en la cara. Un profano, viéndole
a uno la mala cara, sabe que se siente mal. El experto sabe distinguir
además cuál es la dolencia que le aqueja.
Quómodo te habes?,
¿cómo te sientes? (literalmente ¿cómo te tienes?) preguntaba un
romano además del consabido Quomodo vales?
Mariano
Arnal
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