FIEBRE
Es una de esas
palabras que rehúyen los lexicólogos, porque tiene pocos asideros.
Los diccionarios indican, en efecto, que el origen de febris es
desconocido; y apuntan que podría estar en férveo, fervere, férvui,
que significa hervir, estar hirviendo, estar en efervescencia, estar
agitado, estar en gran fermentación. Por el significado, éste sería
un origen muy razonable; pero es muy difícil explicar que de fervere
(hervir) se haya pasado a febris (fiebre). Por empezar, la
terminación en –is no es apropiada para sustantivar verbos.
En segundo lugar, hay que forzar la metátesis de ferv- a febr-,
cuando según las reglas, lo propio hubiese sido pasar de ferv-
a frev-. Y por último, ni en el verbo ferveo ni en
ninguno de sus derivados, hay la menor alusión a la fiebre. Está
claro por tanto que si la fiebre no pasó de ninguna manera por
ninguna de las palabras del lexema ferv-, mal pudo derivar la
palabra fiebre de este tronco léxico.
Si descartamos pues
la hipótesis de fervere, hemos de quedarnos en el grupo léxico
febr-, que es donde está la fiebre (febrem
en latín; en los derivados cultos no se produce la diptongación: febril,
enfebrecer). Y en ese grupo tenemos además de febris
con su docena de derivados, fébrua y su derivado februarius
(febrero). Si están estas tres palabras en el mismo grupo léxico, es
obvio que antes de ir a buscarle acomodo a cada una en grupo distinto,
nos preguntemos qué relación pueden tener las tres entre sí.
Respecto a febrero (februarius, llamado también febrarius,
que de esta forma pasó a las lenguas románicas), está bien
documentada su relación con fébrua, que es el nombre de las
fiestas de purificación que se celebraban en febrero.
Recordemos que nuestra cuaresma con su inicio en los carnavales se
celebra en febrero, como cristianización de las februarias
romanas, las fiestas dedicadas a la purificación y a la limpieza (las
escobas en los carnavales y la eliminación de todo lo viejo, tiene
que ver con los antiguos ritos de purificación; no perdamos de vista
la Candelaria, fiesta de purificación presidida por el fuego, la
candela, que da a la vez candor e incandescencia). El fébruum
es el medio de purificación, el ritual de las lustraciones, la
ceremonia religiosa de expiación.
¿Y cómo encaja ahí
la fiebre? Creo que no es temerario ensayar la relación a
partir de dos hechos relacionados entre sí: estando la Roma primitiva
asentada en un terreno pantanoso, estaba expuesta a las fiebres palúdicas,
que cursan con sudor abundante. No es extraño que relacionasen los
pantanos y las enfermedades que producían, con la suciedad; y que
viesen en las fiebres y en los sudores que las acompañaban, una
reacción purificadora del cuerpo. No olvidemos que fue tal su
preocupación por la salud, que impusieron como norma de cortesía
interesarse por ella al iniciar y al acabar una conversación. A esa
obsesión debemos nuestro verbo saludar, procedente del salutem
dícere; y a ese afán debemos el mes de febrero, mes de
purificación. Por eso nada tendría de extraño que siguiendo en la
misma línea hubiesen percibido la fiebre como un proceso de
purificación; que apreciasen en ella más el fin purificador que el
medio de purificación, la calentura. A la inversa de lo que ocurre en
la inflamación, en la que vemos el flemón y no la llama (flama).
Mariano
Arnal