Si usted llegó a vivir la
época de paz y amor y de los pantalones campana, le sonará
familiar el último debate en Estados Unidos con respecto a la
marihuana. La novedad es que el Gobierno ha llegado a la conclusión,
no del todo por propia voluntad, de que la marihuana podría
emplearse como medicamento. El mes pasado, por encargo de los
Institutos Nacionales de Salud (NIH, National Institutes of Health),
un grupo de expertos estuvo revisando durante dos días toda la
documentación sobre el tema. Tras examinar detenidamente los pocos
estudios científicos que se han realizado, y escuchar el testimonio
de médicos y pacientes que aseguran haberse beneficiado con el
consumo de la marihuana, la comisión llegó a la conclusión de que
la marihuana sería un tratamiento indicado para casos de glaucoma,
náuseas producidas por la quimioterapia, el debilitamiento
provocado por el sida y diversos síntomas de otras enfermedades. El
debate sobre los efectos beneficiosos y nocivos de la marihuana se
ha mantenido abierto durante años, si bien en EEUU ha cobrado
fuerza en noviembre, cuando los habitantes de Arizona y de
California votaron a favor de legalizar el consumo de la marihuana
bajo prescripción facultativa. La respuesta del Gobierno federal
ante unas medidas que resultan controvertidas consistió en recordar
que, aun recetada por el médico, la hierba continuaba siendo ilegal
según las leyes federales, y que cualquier facultativo que se
arriesgara a recetársela a sus pacientes corría el peligro de
inhabilitación profesional y quizá incluso de llegar a pasar una
temporada en la cárcel. Ante esta controversia, Harold Varmus,
director del NIH, encomendó a una comisión el examen de las
pruebas científicas. Aunque las conclusiones de los expertos no
tienen peso oficial alguno, suponen una victoria para los
partidarios del uso de la droga, que esgrimen estos datos como
argumento contundente contra la postura del gobierno federal, para
quien la marihuana carece de propiedades medicinales. Por otro lado,
la comisión no aprueba abiertamente el uso de la droga y recomienda
que se realicen más estudios.
«El principal problema es
disponer de datos científicos totalmente fiables», dice William
Beaver, farmacólogo de la Universidad de Georgetown, en Washington
DC, y director de la comisión de expertos. «Se podría discutir
sobre este tema hasta el cansancio, pero si no hay suficientes datos
disponibles, la política no tiene ningún sentido. Al menos,
existen posibles indicios de que los datos son suficientemente
claros como para recomendar que se realicen experimentos adicionales».
No faltan pruebas anecdóticas para sostener que la hierba tiene
poderes terapéuticos. Los expertos escucharon las declaraciones de
varias personas que aseguraban que la marihuana les había ayudado
en el tratamiento de casos de glaucoma, que prevenía las náuseas y
aliviaba los dolorosos espasmos musculares relacionados con la
esclerosis múltiple. Sin embargo, existen muy pocos estudios
debidamente realizados con grupos de control que confirmen estas
afirmaciones, aparte de que ha transcurrido mucho tiempo entre los
primeros y los últimos. En los años 70 hubo un interés frenético
con relación a estas investigaciones, era una época en la que el
uso de la marihuana se extendía cada vez más en toda la sociedad,
pero ésta llegó a su fin en las elecciones de 1980; el periodo
presidencial de Reagan marcó una vuelta a posturas más
intransigentes hacia cualquier clase de droga. La presión a favor
de la legalización de la marihuana para fines medicinales ha
aumentado debido a uno de los efectos secundarios más conocidos de
la droga: la potenciación del apetito. Muchos enfermos de sida que
luchan contra el debilitamiento mortal causado por la enfermedad
fuman marihuana para estimular el apetito. De aquí que la droga se
haya convertido en una causa famosa para el poderoso y bien
organizado grupo de activistas del sida en Estados Unidos.
«Existe un claro consenso
de que la marihuana tiene un efecto positivo sobre el apetito»,
afirma Richard Mattes, profesor de nutrición en Purdue University,
de Indiana. No obstante, no se ha confirmado que un mayor apetito
sea causa directa del aumento de peso; es posible que tras un
repentino aumento de la necesidad de ingerir alimentos siga, en una
reacción compensatoria del organismo, un periodo de inapetencia una
vez que cese el efecto de la droga. Los estudios con pequeños
grupos de pacientes han demostrado que de hecho sí se produce un
aumento de peso, si bien no se especifica si es beneficioso, es
decir, si se trata de un incremento del tejido muscular.
Las náuseas
También existen dudas sobre
la eficacia de la marihuana en la prevención de náuseas. Los
estudios de los años 70 demostraron que la droga tiene sin duda
efectos antieméticos, afirma Richard Gralla, director del Ochsner
Cancer Institute de Nueva Orleans. Sin embargo, sus efectos son mínimos
en comparación con fármacos desarrollados recientemente, que
tienen un gran efecto en la mayor parte de los pacientes tratados
con quimioterapia. Incluso a pesar de la existencia de estos
medicamentos aún podría justificarse el empleo de la marihuana.
Independientemente de lo eficaz que resulte un fármaco, siempre hay
personas que no responden bien a él, y en estos casos es posible
que fumar marihuana sea una solución. El mismo argumento es válido
para los enfermos de glaucoma, hipertensión del globo ocular que en
algunos casos puede causar ceguera. El entusiasmo con respecto a los
efectos curativos de la marihuana para el tratamiento del glaucoma
se remonta a los años 70 antes de que se introdujeran en el mercado
varios medicamentos eficaces, afirma Paul Kaufman, profesor de
oftalmología de la Universidad de Wisconsin. Es posible que la
marihuana también sirva de analgésico para los pacientes que
sufren espasmos musculares relacionados con la esclerosis múltiple,
con la enfermedad de Huntington y con el síndrome de Tourette. En
una investigación de pequeña escala, cinco enfermos de esclerosis
múltiple presentaron mejoras ligeras o moderadas, según asegura
Paul Consroe, farmacólogo de la Universidad de Arizona.
Realizar las investigaciones
necesarias y los ensayos clínicos suficientes para probar el efecto
terapéutico de la marihuana va a resultar sin duda difícil, por
motivos tanto políticos como médicos. El simple hecho de organizar
un ensayo para estudiar los efectos de la marihuana en comparación
con un placebo es todo un reto. En teoría los participantes del
ensayo no deberían saber si se les administra la droga o un
placebo, lo cual resultará difícil. No será fácil diseñar una
falsa droga que pueda engañar a una persona que ya ha experimentado
en ocasiones anteriores a los efectos de la marihuana. El hecho de
que la droga se ingiera por inhalación también presenta problemas
a la hora de realizar un estudio. Desde un punto de vista terapéutico,
que la droga se administre de esta forma supone ciertas ventajas:
los compuestos activos llegan al torrente sanguíneo casi
inmediatamente. Al fumar la marihuana, los mismos pacientes regulan
la dosis, controlando las bocanadas y el tiempo que mantienen el
humo en los pulmones. Pero esto implica poca exactitud para realizar
un estudio controlado cuyo objetivo es descubrir el efecto concreto
de una droga. Por otro lado, los intentos de administrar la droga en
forma de comprimido no han dado buenos resultados. El principal
compuesto psicoactivo de la marihuana es el delta 9
tetrahidrocanabinol (THC), y se puede adquirir legalmente en forma
de cápsula. Sin embargo, el THC administrado de esta forma tarda
mucho más tiempo en llegar al flujo sanguíneo y, como la cantidad
que contiene la cápsula es invariable, el paciente no puede ajustar
la dosis con exactitud. Algunos pacientes prefieren fumar marihuana
ya que pueden dejar de hacerlo tan pronto como comienzan a notar
alivio, y antes de llegar a colocarse, lo que resulta imposible con
las cápsulas de THC. También es posible que el delta 9 THC no sea
el único compuesto de la marihuana que tenga efectos medicinales.
Aunque el THC es el principal compuesto psicotrópico de la
marihuana, la planta contiene otros 460, entre ellos 60
cannabinoides de parecida estructura química.
No obstante, el verdadero
problema al que se enfrentan los investigadores de la marihuana es
político. El grupo de presión a favor de la marihuana afirma que
el Instituto Nacional contra el Abuso de Consumo de Drogas (NIDA),
no está dispuesto a patrocinar estudios sobre los efectos terapéuticos
de la marihuana porque van en contra de su postura: la hierba es
mala para la salud. El NIDA es por otro lado la única institución
autorizada a distribuir marihuana para estudios científicos, y
cualquier persona que quiera utilizarla deberá antes obtener la
aprobación de este organismo. Donald Abrams, de la Universidad de
California, en San Francisco, lleva cinco años intentando que se
apruebe su estudio de los efectos de la droga sobre los síntomas de
debilitamiento que produce el sida. El comité de la universidad
encargado de revisar la propuesta de Abrams y la FDA (Food and Drug
Administration) aprobó su estudio. Sin embargo, cuando intentó
obtener la marihuana, el NIDA se la denegó. Abrams afirma que el
NIDA examinó su estudio con criterios más estrictos de lo normal.
«Creo que detrás de todo hay un programa político. Es difícil
mantener la objetividad científica», dice. En 1993, el NIDA redobló
sus esfuerzos para informar a la sociedad sobre los peligros de la
hierba, justo cuando varios estudios habían descubierto que los jóvenes
comenzaban otra vez a fumar marihuana tras un largo periodo en el
que había decaído su consumo. En sólo un año, de 1994 a 1995, el
número de adolescentes que fumaban marihuana ascendió del 6 al
8,2%. Y la edad promedio en la que se prueba por primera vez
descendió de los 18,8 años en 1987 a los 16,3 de hoy en día.
Según el NIDA, varios
estudios realizados con animales y con seres humanos han puesto de
manifiesto que fumar marihuana puede tener toda una serie de efectos
nocivos, tales como pérdida de memoria, daño cerebral, cáncer de
pulmón, y daño al sistema inmunológico, además de que puede
conducir al consumo de drogas más fuertes. Además, el NIDA está
en contra de proporcionar la droga en forma de cigarrillo. John
Morgan, profesor de medicina de la Universidad de la Ciudad de Nueva
York, opina que, independientemente de las cuestiones políticas,
existen tantas pruebas de que la droga es segura, que pudiera
ocurrir que en sólo tres meses se aprobara la distribución de
marihuana con receta médica. Ante el gran número de estudios que
demuestran que la hierba es relativamente segura, ya es hora de
seguir adelante y comenzar a realizar ensayos clínicos para probar
su eficacia, afirma. En lo que se refiere a la FDA, para aprobar el
uso de cualquier fármaco, y entre ellos habrá que incluir la
marihuana, sólo hay que probar que es seguro y eficaz, confirma
Robert Temple, director asociado de política médica del organismo.
No es necesario demostrar que es más eficaz que los fármacos ya
existentes. Pero siendo realistas, para que la marihuana llegue al
mercado, sus partidarios no sólo tendrán que demostrar que resulta
tan eficaz como los medicamentos actuales, sino que es incluso
mejor, dice Temple. «Será necesario demostrar que fumar marihuana
presenta ventajas para así vencer la oposición de los escépticos.
Demostrar la superioridad de un fármaco no suele ser un requisito.
Eso es muy difícil de probar».
KURT KLEINER. New Scientist/ El Mundo