LABORATORIO
El lugar en que
se crea algún producto ha ido recibiendo a lo largo del tiempo
nombres diversos (fábrica, factoría, taller, obrador, oficina,
laboratorio…) en el siglo XVIII se llamaba laboratorio al
taller del pintor, el escultor o el grabador, y en general a
cualquier local en que se elaboraba algo con las manos. Quizás
sea el concepto de elaboración, que implica una actuación
continuada en el objeto de que se trata hasta culminar el
objetivo, el que ha empujado a la elección del término laboratorio
para la factoría en que se producen mediante procedimientos a
menudo laboriosos los medicamentos. De todas las palabras
disponibles para denominar los lugares de trabajo, es
ciertamente laboratorio la que mejor recoge la idea de lo
costoso y laborioso que es llegar al producto final. Basta
pensar en los triturados finísimos, en los secados de materias,
en la separación de distintos elementos, en los sublimados, en
la sutil ponderación de los materiales, en las múltiples
cocciones, en los destilados, en las mezclas hasta fundir en una
diversas materias, y muchas más operaciones laboriosas y
delicadas, para comprender la elección de este nombre. El de oficina,
que llevaba la rebotica de la farmacia donde se elaboraban las
medicinas, también recoge el sentido de elaboración: el
prefijo ob le añade al verbo facere la idea de
intensidad e insistencia.
Laboro,
laborare, laboratum
es el verbo latino que significa trabajar, pero no en el sentido
de actividad o de rendimiento, sino en el de fatiga. Laborare
significa estar apurado, agobiado, pasárselo mal, hacer algo
muy trabajoso, sufrir. Está claro que se trata de trabajos muy
costosos, sobre todo en lo que se refiere a investigación y a
ejecución minuciosa. El sustantivo labor es la carga
bajo la que se vacila o se cae, el esfuerzo, la fatiga. De aquí
evoluciona por una parte a lo que son simples trabajos, pero por
otra se desarrolla hacia las auténticas penalidades: situación
penosa, enfermedad, dolor, desfallecimiento, desgracia,
infortunio. Es que tanto labor como laborare traen
su origen de los verbos labo, labare (con b), que
significa tambalearse, vacilar, estar a punto de caer, y labor,
láberis, lapsus sum, de igual significado básico. Con
estos materiales se formó la palabra española labor
(pensemos en las labores del campo, en la labranza, en el
labrar, que tienen el mismo origen), y a partir de ella los
derivados laborar (que al perder la o se convirtió en
labrar), sólo en la forma compuesta elaborar y laborioso
que no se apartan ni un ápice del original significado latino.
Y en la misma familia, laboratorio, como nombre del lugar
donde se realizan trabajos muy laboriosos. También en el valor
de uso se conserva la idea de dificultad más bien técnica: se
denominan laboratorios los locales en que se realizan trabajos
experimentales, análisis, exámenes de materiales, etc. Así en
toda gran factoría existe la sección de laboratorio que tiene
a su cargo el análisis y ensayo de los materiales (hacerles
trabajar para comprobar su resistencia) y el control de
estructura y resistencia de las materias primas empleadas, de
las piezas fabricadas, etc. En todas las escuelas de grado medio
hay laboratorio, por lo que en cierto modo es el escolar aquel a
partir del cual se forma hoy en el lenguaje la idea de
laboratorio. Las fábricas de productos farmacéuticos han
acertado de lleno en su denominación, porque en ella se vende
la idea de que lo esencial, lo que las define, no es la producción
sino la investigación costosa.
Mariano
Arnal
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