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LÉXICO

SANTÍSIMA (LA)

Lo que niega el nombre, lo afirma el tratamiento. De nada sirve jurar y perjurar que no se tiene a alguien por señor o por rey, o por padre, o por madre, si luego se le da siempre el nombre y el trato de señor, de rey, de padre o de madre. Si no tiene la dignidad, pero se le reconoce de hecho, y ejerce las funciones, es como si lo fuera. Por no menoscabar el monoteísmo en una sociedad con inclinaciones politeístas inextirpables, la Iglesia de Cristo tuvo que recurrir a la SantísimaTrinidad, a los Santos y a los Ángeles, con los que pobló un cielo cristiano que de otro modo hubiese sido un desierto nada paradisíaco, habitado por un solo Dios. Los pueblos cristianizados en masa, no lo hubiesen resistido: hubiesen abjurado del Dios único, como tantas veces hizo el pueblo de Israel, y adorado el becerro y demás dioses que nacieron de las entrañas de las tierras y de los pueblos. La solución fue, pues, rebautizar y cristianizar no sólo los dioses, sino también los ritos y fiestas que se celebraban en su honor o para impetrar sus dones. Pero no fue ésta una estrategia exclusiva del cristianismo, sino común a todas las religiones de implantación universal (en los respectivos ámbitos geográficos y culturales); una ley sociológica de obligado cumplimiento; uno de los sellos de la catolicidad (ver católico) de una religión.

¿Y qué ocurre con las religiones? Pues ocurre que en ellas se refleja el alma de los pueblos: que son una especie de réplica sublimada de la sociedad; ocurre que aunque históricamente sea inevitable decir que los dioses nacen de los pueblos, es no menos evidente sociológicamente que los pueblos son lo que son gracias a sus dioses, es decir gracias a un tal aprecio de los valores y virtudes en que han querido cimentar su fuerza y su perpetuación, que los han personificado y divinizado. Y se someten por supuesto a esas divinidades y a su culto, como garantía de que gracias a ellas perdurarán en pleno vigor. Y este pacto entre los dioses y los pueblos ha funcionado siempre: el cambio de dioses ha traído siempre consigo el cambio de los pueblos, y la caída de los dioses ha precipitado la caída de los pueblos. ¿Qué ocurre en la cultura musulmana con respecto a la mujer? Pues que necesitan una diosa como el pan que comen. En su cielo sólo está Alá, relativamente acompañado de sus profetas; y el paraíso está hecho de hombres; las mujeres que en él hay no son su propia razón de existir, sino el premio y el objeto de placer de los hombres que en vida se lo ganaron. Y así le va a la mujer árabe: faltándole en el cielo una diosa del más alto rango que la represente, la mujer musulmana no puede llegar lejos. Enfrente tenemos a la mujer cristiana, que tiene a la Reina del Cielo sin título de diosa, únicamente a efectos teológicos; pero que recibe por los fieles el tratamiento de Santísima, que sólo lo tienen laSantísima Trinidad y el Santísimo Sacramento del Altar, El Santísimo por antonomasia. Y tiene el tratamiento de Nuestra Señora, el más alto, equiparable tan sólo al de Dios Nuestro Señor y al de Nuestro Señor Jesucristo. Y tiene un culto tanto litúrgico como popular, que es un arca profunda en que se guardan tesoros ancestrales de la fe del hombre en su mejor mitad, la mujer, y en sus valores, presididos por el de la Maternidad. Tenemos un referente en el cielo cristiano que nos dice cuán venerada, cuán amada, y cuán adorada puede llegar a ser la Mujer. Y ha sido ese referente, cada vez más alto y más bello y más noble, el que ha tirado de la mujer hacia arriba, y del hombre hacia ella; el que ha configurado una imagen de Madre, única en todos los mitos e historias de los dioses y de los hombres: la función y la imagen que más han contribuido a su dignificación y exaltación. El dios padre de los griegos (Zeus Pater = Júpiter) se dedicó a los rayos y los truenos; la Dea Mater (Deméter) de los romanos se ocupó de la agricultura; Palas Atenea, la Virgen, no es madre; perfiere el oficio de padre y guerrero. La Virgen Santísima, en cambio, María Santísima es Mujer, esMadre y es Señora; es el ideal que ha servido de molde a la mujer occidental. Así en la tierra como en el cielo. También la mujer. No hay más que comparar cada cielo con su respectiva tierra, cada religión con el pueblo que la practica.

Mariano Arnal

 

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