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LÉXICO

TABAQUISMO

No sabemos a ciencia cierta de dónde procede la palabra tabaco; sospechan algunos, y parece que con poco fundamento, que de Tabasco, en el Yucatán, donde los españoles iniciarían el cultivo de esta planta allí abundante. Se sabe con bastante certeza que los primeros indios americanos a los que encontró Colón fumando esos tizones de hierba seca, llamaban al tizón tabaco, y a la hierba de que estaba hecho, cojibá. Todos los usos del tabaco los encontró Colón ya desarrollados: unos fumaban los puros, otros en pipa, otros sorbían por la nariz el polvo, otros lo mascaban. La única forma que desconocían los indios era elcigarrillo, forma ya muy moderna que ha conquistado el mercado, dejando a las demás como apéndices de la poderosísima industria tabaquera. 

Es probable que los primeros españoles no tuvieran claro el nombre, o más bien que no distinguieran entre el producto acabado (el cigarro) y la planta, porque cuando lo introdujo en Francia Juan Nicot, en 1560, la reina Catalina de Médicis lo tomó en polvo y usó las hojas verdes de la planta para curar las úlceras de las piernas. Si Nicot impuso su nombre a la nueva planta llamándola nicotina nicotiana, del mismo modo que el cartógrafo del nuevo continente le impuso su nombre (América), no lo sabemos. Lo cierto es que Linneo sí quiso honrar su memoria en la Historia Natural, poniendo a todas las plantas de tabaco el nombre genérico de nicotiana. De todos modos se cuidó luego la química de empañar su gloria, dando el nombre de nicotina a uno de los agentes más nocivos del tabaco. 

¿Pero cómo hemos pasado del tabaco al tabaquismo? Porque como bien advierte el diccionario, la desinencia –ismo se aplica a los sistemas políticos, religiosos o ideológicos: comunismo, cristianismo, platonismo… Y sin embargo vemos que la medicina cometió la impropiedad de denominar tabaquismo a la intoxicación crónica producida por el uso continuado del tabaco. Pero vino a resultar que sí, que se desarrolló una poderosa corriente doctrinal favorable al libre uso del tabaco, en especial desde el momento en que empezaron los ataques de los no fumadores. De todos modos es forzoso reconocer que aún hoy la sociedad es notablemente tabaquista, y en especial la adolescencia, que ve en el cigarrillo su seña de identidad, su símbolo de libertad, su emblema de rebeldía contra el creciente integrismo antitabaquista. 

Más aún, está claro que el tabaquismo como posicionamiento social es hijo del antitabaquismo, que la juventud necesita campos de sublevación, y éste es uno de ellos. Por eso hay que considerar un grave error político que en vez de educar a los fumadores en el respeto a los no fumadores (y eso no es ni tabaquista ni antitabaquista), las autoridades sanitarias se empeñen en salvarles la vida y de paso amargársela. Otra cosa es la campaña emprendida contra las tabaqueras, que han estudiado la manera de añadirle al tabaco los más potentes adictivos, porque ahí está su negocio, en la adicción. Entre los más de 5.000 componentes del humo de tabaco (¡hay que ver qué planta prodigiosa!) resulta que se encuentra uno hasta amoníaco, que por lo visto no le viene de suyo. ¡Lo que llegan a hacer para vender!

Mariano Arnal

 

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