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LÉXICO

SINDICATO 

Los primeros sindicatos importantes se formaron en el siglo XIX; y no fueron precisamente de obreros, sino de empresarios agrícolas, grandes y pequeños. Decidieron ponerse de acuerdo para evitar la competencia mutua, que en los mejores momentos les llevaba a vender a precios ruinosos. La fórmula fue ofertar conjuntamente el producto de todos, de manera que el precio de venta fuera el mismo para todos los agricultores. 

Esta primera acción mancomunada llevó a otras de carácter mutual (sanidad, pensiones, instrucción, etc.) que resultaron de gran atractivo también para los trabajadores de esas explotaciones, que fueron admitidos en estos sindicatos con sus obligaciones y derechos específicos. El invento resultó tan bueno, que los trabajadores industriales vieron que también a ellos les convenía vender mancomunadamente su mercancía (su trabajo) a fin de evitar las tremendas caídas de precios que comportaba ir cada uno por su cuenta. 

De ahí que por las buenas o por las malas, todo sindicato fuese imperialista y a ser posible totalitario, e intentase ampliar sus fronteras lo más allá posible, para evitar que pudiera surgir ningún competidor en su área de influencia. Y más que el recurso a los métodos más o menos mafiosos, que también, fue el gran atractivo que presentaban los servicios de mutualidad, los que impulsaron el crecimiento extraordinario de los sindicatos. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que los sindicatos agrarios emprendieron importantes obras de regadío, y que precisamente en ellas fundamentaron la obligación de sindicarse. Esa fue una constante del sindicalismo, en especial el obrero, inconcebible sin el principio sacrosanto de solidaridad no sólo sectorial, sino también obrera. 

Por eso se entiende mal que los herederos de aquel sindicalismo tan universal que en muchos momentos y lugares fue vertical; se entiende mal que esos sindicatos, los llamados mayoritarios, se muestren tan condescendientes con los sindicatos corporativos como si fuesen de su misma especie, cuando son lo más parecido a los primitivos sindicatos patronales que defendían a cualquier precio la posición dominante que conseguían en el mercado gracias a su fuerza de carácter mafioso. 

Y más difícilmente se entiende que algo tan desvirtuado y anacrónico como las huelgas, que para los sindicatos mayoritarios tienen únicamente carácter ritual y simbólico, y que por tanto son de hecho inofensivas; que ese recurso extremo únicamente lo apliquen con realismo y rigor esos sindicatos cuyo espíritu es lo más antisindical e insolidario que imaginarse pueda. Por eso no se puede tildar más que de extravagancia que a esos ancestros del sindicalismo cavernario se les considere acreedores del derecho de huelga, que ejercen con sagacidad y eficacia ante la mirada impávida de los propios sindicatos solidarios, de la empresa y del estado. Unas leyes absurdas, basadas en denominaciones más absurdas todavía, nos han traído hasta donde estamos. Bastaría que a ese género de asociaciones corporativas se les impidiese el uso del nombre de sindicatos para acabar con el problema. Así de caro nos sale no dar con el nombre auténtico de cada uno y de cada cosa.  

Mariano Arnal

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