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LÉXICO

PACIFICACIÓN 

La liberación como término bajo el que se agrupan las acciones tendentes a un cambio radical del poder y sobre todo del régimen en un país, la liberación, digo, es un término sumamente desacreditado por tantos ejércitos y regímenes opresores que han enarbolado esta bandera. Sólo los más radicales por tanto, a los que no les importa que les confundan con esos regímenes, sólo esos se atreven a hablar de liberación nacional. Me estoy refiriendo a los movimientos nacionalistas de liberación y a sus respectivos “ejércitos”. Estando así este término, siendo tantos los liberadores y libertadores engolfados en la dictadura, la represión y la tortura, los nacionalistas que quieren mostrar la cara amable de su movimiento de liberación nacional, evitan usar esa expresión propia de extremistas, y prefieren pasarse al término pacificación. Pero eso es huir de Escila para estrellarse contra Caribdis.  

No es más honrosa, en efecto, la pacificación que la liberación, ni son menos indignas las gestas de los pacificadores que las hazañas de los libertadores. Es que al menos la palabra libertad nunca perdió la dignidad y la prestancia que por su naturaleza le es propia, que toda indignidad le vino de fuera. Pero no ocurre lo mismo con la palabra paz, y mucho menos con el verbo pacificar, en que se acentúa lo que de más siniestro puede tener ésta, ni se salva tampoco el epíteto de pacificador de su bien ganada aura terrorífica. Y me detengo justo ahí, en el papel decisivo e imprescindible del terror en toda pacificación. Vamos pues por partes, a enterarnos de qué es en verdad eso de pacificar. 

Si pax, pacis tiene o no tiene que ver con paco, pacare, pacavi, pacatum, que significa someter, domar, vencer; más que con pango, pángere, pactum, que además de clavar estacas para delimitar el territorio significa pactar; o si se han cruzado más bien ambos orígenes para formar al significado que finalmente ha prevalecido, no lo decidirán nunca los lexicólogos, porque podrían ofender con sus conclusiones, y mucho, a los que han hecho de la paz, el pacifismo y la pacificación su noble bandera. Porque llegarían a la conclusión de que no se trata de que los dominadores hayan envilecido la paz con sus malas prácticas, sino de que la paz es por naturaleza algo tan vil como el homo y el anqrwpoV (ánzropos); algo que desde siempre les impusieron a uno y otro el vir y el anhr (anér). La paz siempre ha sido impuesta: no sólo la que se ha obtenido a través del pango, pángere, pactum. Eso es así porque siendo uno de los pactantes más fuerte, la alternativa al pacto, es la guerra, con la que se modifican de raíz  condiciones de la paz en que se estaba antes de que se presentase la nueva oferta de pacificación. Así que la paz a la que no se llegue por el pango, pángere, se alcanzará mediante el paco, pacare, es decir el aplastamiento sin más, costoso para el que lo sufre y costoso también, amén de arriesgado, para quien lo impone. Por eso es tan importante forzar hasta donde sea posible una paz pactada lo más cercana posible al aplastamiento, es decir a la paz obtenida mediante la guerra. Para evitar el recurso a un método tan truculento se inventó hace ya milenios algo mucho más barato y menos arriesgado, que es el terror. Mediante unas dosis bien calculadas de terrorismo, se puede llegar a una pacificación muy satisfactoria. Honor y gloria al Pacificador.
Mariano Arnal

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