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LÉXICO

OBSCENIDAD 

Si cuando la política adquiere tintes dramáticos, aplicamos a su análisis claves  dramáticas, es posible que nos acerquemos a su comprensión. El dramaturgo nunca permitirá que el antagonista (es el malo, el anti, el que se empeña en estropear la secuencia tal como está escrita) le haga sombra al protagonista; su oficio es darle ocasión de que haga lo que tiene que hacer (que eso y no otra cosa es el drama). Por dejarlos a todos convenientemente presentados, protagonista viene de protoV (prótos)=primero, principal; y agwnisthV (agonistés) =combatiente, luchador, competidor, atleta. Se extendió su aplicación a todo el que estaba en cualquier lucha, ya fuese dialéctica, deportiva, etcétera. Nos ha quedado la palabra agonía para denominar a la más dura de todas las luchas que hemos de librar. 

Tanto los griegos como los romanos tenían un claro sentido de la obscenidad, como que se trata de un concepto inventado por el teatro. Cuidaron los trágicos que aunque a lo largo del drama se tuviese puntual noticia de las escenas más crudas, éstas nunca se representasen ante el público, sino ob scaenam, fuera de la escena, en la parte de atrás, de modo que los espectadores pudieran oír, pero no ver los crímenes. Saber de ellos, intuirlos, adivinarlos, pero jamás presenciarlos. Era una norma no sólo de buen gusto, sino de efecto escénico: no se podía arriesgar el dramaturgo a arruinar el atractivo por el protagonista presentándolo en su actitud más repugnante. Así que actuaba detrás de la escena, iluminada, y sólo se veían las sombras y se oía el alboroto que acompañaba el asesinato del antagonista (ésta era la escena más cruda). El dramaturgo se alejaba también de este modo del crimen, al paso que protegía de él al pueblo espectador. Todo muy en su sitio: podía ser contraproducente el regodeo en el crimen y en la sangre, aunque se derramase oportunamente, así que se trataba de mantener sobre éstos las sombras de la obscenidad y tener un tanto alejado al pueblo. Que cada uno tradujese las sombras y los gemidos de la víctima según su conciencia. Pero eso sí, conciencia de obscenidad. 

Se me ocurrió esta reflexión cuando escuché al portavoz de los nacionalistas vascos reclamar que se volvieran detrás de la escena las asociaciones de víctimas del terrorismo. Que pasaran a la sombra, de la que nunca tenían que haber salido por no estropear el efecto escénico, por no aguarle el papel al protagonista del drama, que es el nacionalismo. Hay que reconocer que no le falta razón a Anasagasti: ¿qué pintan las víctimas en una decorosa puesta en escena? Para lo único que sirven es para estropear la armonía del cuadro dramático que han diseñado, para hacerle sombra al protagonista y emborronar su papel. ¡Claro que desde el punto de vista de los nacionalistas es una obscenidad de pésimo gusto que anden exhibiéndose por ahí las víctimas de unos episodios que ya saben que no son para exhibirlos, y por eso los representan fuera de programa, fuera del guión, fuera de su responsabilidad directa, fuera de la escena. ¿Qué hacen pues esos irresponsables empeñados en ocupar el papel del protagonista, y haciendo quedar a éste en mal lugar? Eso es de una obscenidad intolerable. Hay que acabar con ello. 

Mariano Arnal

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