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LÉXICO

FIN

Viene del latín finis. Obviamente su más antiguo y genuino significado es el más físico; mientras que el último llegado es el metafísico. Por consiguiente, si queremos entender lo que en metafísica llaman la teleología (el conocimiento de los fines; del griego teloV / télos, que significa al mismo tiempo objetivo, culminación, fin), si queremos entender los significados metafísicos de fin, tendremos que empezar por abarcar el alcance de sus primeros significados, los físicos. Parece que el primer significado de finis es mojón; por eso para referirse a las fronteras era preciso usarlo en plural, porque un solo mojón no hace frontera. En relación con este significado viene a cuento considerar la etimología que lo hace venir de figo, fígere, fixi, fixum (clavar, hincar, hundir); y la proximidad más real que léxica con fingo, fíngere, finxi, fictum, que significa modelar, hacer una figura, pues en los mojones se representaba normalmente la efigie bajo cuya virtud y poder estaba el dominio (hoy son todavía entre nosotros las cruces de término; en otro tiempo fueron animales totémicos, escudos y armas y santos patronos). 

Del concepto de mojón (elemento para señalar los límites), se pasó a los mismos límites (recordemos de paso que esta palabra es estrictamente latina: limes límitis, y designaba en principio el camino entre dos campos); así pasamos del mojón a la frontera completa. Y de los límites físicos y reales, pasamos a los virtuales: sunt certi dénique fines quos ultra citraque nequit consístere rectum: “hay al cabo unos límites ciertos”, dice Horacio refiriéndose a la conducta, “más allá y más acá de los cuales no puede sostenerse lo correcto”. Y cuando pasamos del límite geográfico al temporal, nos acercamos ya a la finalidad. En este caso el finis es el final de un recorrido. Mientras este final es real, estamos aún en el valor físico: y así tenemos el fin de una narración, el fin de cualquier hecho, el fin de un libro, el fin de cualquier secuencia. Pero cuando este fin no es real, sino que es hipotético y esperado; cuando este fin está definido pero aún no se ha hecho realidad, se convierte en el gran ente metafísico del motor de todas las acciones, y vamos a parar al gran principio de que quidquid fit, propter finem fit: todo lo que se hace, por algún fin se hace. Y mezclando por una parte el límite temporal cierto, y por otra el límite ideal, la meta que nos marcamos con el objeto de alcanzarla, asignaron los romanos un significado más a finis, que nosotros no tenemos: así fines bonorum et malorum no son los fines de los bienes y los males, sino el grado supremo, el más elevado de los mismos. 

Vista la sustancia del fin, puramente física, es un evidente exceso metafísico empeñarse en que los medios no tienen nada que ver con los fines; porque como decía Parménides, el velocísimo Aquiles para avanzar un estadio tiene que dar todos y cada uno de los pasos de que está compuesto, sin saltarse ni uno. Todo lo que queda entre el principio y el fin, todos los medios pertenecen al recorrido, como todos los peldaños son parte de la escalera, son parte de su sustancia, igual que todos los mojones forman un solo límite, un solo confín. Bien acertadamente son la alfa y la omega el símbolo del principio y el fin; en el doble sentido de las dos palabras. Pero no son el principio y el fin de sí mismas, sino de todo el alfabeto. Si no hubiese las demás letras en medio, no serían ni principio ni fin de nada, porque sin los medios es imposible no sólo llegar a los fines, sino ni siquiera que éstos existan. 

Por eso es tan sumamente sospechoso el empeño en desvincular los medios de los fines. Esas sutilezas sólo sirven para acallar las conciencias que se sienten acusadas de servirse para sus fines de los medios viciados con que los compañeros de viaje tiran de un mismo carro. Es que, como dice un viejo aforismo latino, se entiende que quien acepta un fin, acepta también los medios que llevan a él.

Mariano Arnal

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