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LÉXICO

ESPAÑOL 

No todo lo que se puede decir del castellano, se puede decir del español. El primero es el nombre acomplejado de la lengua española, y el segundo es el normalizado. Ninguno de los países de nuestro entorno que crearon la lengua oficial siguiendo el mismo procedimiento que España, ninguno sigue denominándola con el nombre que tenía antes de ser elevada a la categoría de lengua del estado. El francés, el inglés, el alemán, el italiano, el portugués, el italiano, han dejado atrás su nombre étnico para adoptar el político. Claro que el nombre étnico aparece más ingenuo e inocente, sin responsabilidades en la eliminación de muchas otras lenguas del territorio; pero nos guste o no, lo que hablamos no es el castellano, que quedó ya muy atrás en la historia, sino el español. Dicho de otro modo: no estamos hablando esta lengua por ser la de Castilla, sino por ser la de España. Exactamente igual que ocurre con las demás lenguas que llevan el nombre de su respectivo estado.  

El defecto de denominación se hace más patente cuando cualquiera de estas lenguas coloniza otros países. No existen las lenguas mexicana, argentina, peruana, estadounidense o canadiense, porque estos países no tienen lengua propia nacida con el país, sino que se crearon esos estados con ciudadanos que hablaban las lenguas de los estados invasores (colonizadores unos, y conquistadores otros). Y así en Estados Unidos se habla el inglés, y cada vez más el español; en Canadá se habla el francés y el inglés;  en México, Perú, Argentina y en los demás estados creados por los conquistadores españoles, se habla el español. Sería absurdo que dijésemos que se habla el castellano, porque no fue Castilla, sino España, quien descubrió y conquistó esa parte de América. 

Es de notar que en determinados niveles la denominación de español está totalmente asumida. En los diccionarios, por ejemplo, leeremos normalmente “diccionario español – inglés”, “latino – español y español – latino”, etc. En cambio no es frecuente leer “diccionario español –catalán”, sino “castellano – catalán”. Y mientras que la asignatura de lengua española se denomina en los sistemas de estudios “castellano” o “lengua española”, la literatura en cambio se denomina siempre española, nunca “castellana”. Todo este desorden no se justifica en la necesidad de distinguir entre el español y el catalán, el euskera o el gallego, porque no hay confusión posible. Y el argumento de que estas otras lenguas son españolas (adjetivo), tampoco se sostiene, ni aquí ni en los países de denominación análoga, porque el español (sustantivo, nombre de lengua) es uno, como es uno el inglés (sustantivo, nombre de lengua), el alemán, etc. 

Es que nombres tan distintos como castellano y español, no se deberían usar como sinónimos (la sinonimia alcanza hasta donde quieran los hablantes), porque ambos nombres llevan una carga histórica y semántica distinta. Y sobre todo porque se da el absurdo de que mientras para el 90% de los que hablan esta lengua, su nombre es español, el restante 10% (que bien podría ser el restante, y no el principal), sigue empeñándose en llamarla castellano incluso cuando se refiere a la totalidad de los países de habla hispana.

Mariano Arnal

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