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LÉXICO

ESCUDO 

Para que no se me quede en el tintero, entre los nombres que se le han dado al escudo a lo largo de su dilatadísima historia, elijo para empezar el de tarja, por lo que tiene de curioso. La palabra es de origen germano, y la hemos recibido a través del francés, que denominaba al escudo indistintamente targe o targette. La transcripción nos da, por supuesto, tarja y tarjeta. Abreviando, los escudos tenían varias características: una, que procuraban ser lo más ligeros posible; dos, que en la medida de lo posible iban historiados, por lo que cuando los hubo, se representaron en ellos los blasones del que los portaba; y tres, que se fueron reduciendo a medida que se imponía y se perfeccionaba la armadura, de manera que en el siglo XIV se había reducido de forma muy considerable, quedando ya como soporte del emblema heráldico, del que debían ir provistos los justadores en los “torneos de tarja”. En este momento, el escudo, que se llama también tarja (nombre que por asimilación se extendió a la taja, otra joya léxica) y tarjeta, es ya un pequeño rectángulo de cuero reforzado, con una escotadura en la parte superior del lado derecho para ayudarse con el otro brazo en el sostenimiento de la lanza; en él están grabadas de la manera más atractiva posible las armas o blasones del justador. Y fue precisamente porque al final tuvo como función principal la de dar a conocer al justador, de advertir cuáles eran sus armas (nobiliarias), acabó usándese como “tarjeta de presentación” del personaje. Cada vez se fue reduciendo más su peso, su tamaño y su soporte (finalmente la cartulina, de la que no nos hemos apeado), hasta convertirse en lo que hoy entendemos por tarjeta. Por supuesto que las hay, como las antiguas, cum nobilitate, y las hay s.nob. (sine nobilitate= sin nobleza, sin blasones). Dicho esto, me paso al escudo. 

La idea del escudo, scutum en latín, el arma defensiva por definición, es tan antigua como las armas ofensivas de las que había que protegerse: el palo, la lanza, la flecha, la espada. Y tal como avanzaron las armas ofensivas, fue evolucionando también la defensiva. Desde el primer momento se planteó la disyuntiva del escudo dinámico o del estático, según que se diese prioridad al ataque o a la defensa. Y puesto que en los orígenes se pensó más en atacar que en defenderse, los primeros escudos estuvieron formados por palos más anchos que la lanza, que se blandían para parar los golpes del contrario. A medida que se encontraron materiales más ligeros (el mimbre, el cuero, y el papiro incluso), se fue ensanchando el escudo, hasta cubrir con él todo el cuerpo, de manera que pudo usarse incluso como parapeto. 

Dejando para una segunda parte otros nombres y usos que tuvo el escudo entre los griegos, los romanos y los pueblos germánicos que ocuparon Europa, conviene recordar que el escudo se convirtió en la más preciada de las armas, no sólo individual, sino colectiva. Los romanos llegaron a hacer auténticas maravillas con ellos. La tortuga o testudo es una de ellas; otra, muy eficaz, era la de construir con los escudos sostenidos sobre las cabezas, plataformas por las que avanzaban los soldados, cuando se trataba de franquear murallas o empalizadas de no mucha altura. Cuando un soldado caía herido o muerto era honrosamente transportado en su escudo. Perderlo era una ignominia.

Mariano Arnal

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