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LÉXICO

CELO

Parece que desde sus orígenes se expresa con esta palabra la diligencia, interés y apremio con que se actúa. Es natural que el apremio sexual se haya alzado con el monopolio de esta palabra, relegando casi al olvido su significado genérico. En efecto, difícilmente daremos con algo que apremie a cualquier animal con mayor fuerza que la ejercida por el apremio sexual, sobre todo cuando por ser cíclico (no continuo) se concentra en determinadas épocas. Está a nuestro alcance observar el celo de la gata doméstica. Es un verdadero sufrimiento para el animal atravesar la época de celo sin poder satisfacer su insinto. Sus gemidos, que bien parecen de persona, y sus gestos, su inquietud, su restregarse por todas partes, la alteración de su conducta, nos dan una idea de la fuerza con que se siente apremiada. Y no basta que haya superado la época del celo para verse libre del ardor que la atormenta. Hasta que no quede embarazada, volverá a la misma situación una y otra vez, con intervalos muy breves de descanso. Su inquietud no se calma hasta que inicia una maternidad, o hasta que recibe la inyección ad hoc o hasta que finalmente se la saca de penas operándola.

ZhloV (tzélos) y zhlh (tzéle) son las dos palabras griegas en que se originan el nombre y el concepto de celo en todas sus acepciones. Zhlh es el rival (aquí se explicarían satisfactoriamente los significados de celos, envidia, rivalidad); zhloV (tzélos) es la premura, la urgencia, el ardor, la emulación, los celos, la envidia... toda la gama de significados que mantiene actualmente esta palabra.

Característica del celo es que se refiere en especial a la hembra, que es el reloj de la especie, y la que marca por tanto los tiempos y los ritmos. La época del celo es determinada por los cambios cíclicos en el organismo de la hembra, en armonía con el clima y las disponibilidades alimentarias, de manera que el nacimiento de las crías coincide siempre con las épocas más propicias para su alimentación y desarrollo. Esa es la previsión de la naturaleza, y también que la actividad sexual del macho constituya una respuesta al estímulo a la copulación que nace de la hembra. Por supuesto que cuando están sometidos a cautividad, en la que tanto la temperatura como la alimentación escapan a los ritmos naturales, también el celo sufre alteraciones, dándose en general con mayor frecuencia y por tanto con menor intensidad que bajo el control de la naturaleza. La cautividad altera muy seriamente la conducta sexual y su fisiología. No sería nada extraño que la causa de que en nuestra especie se haya desdibujado tanto el papel de inductora de la hembra (lo es en una mínima proporción de la total actividad sexual), fuesen las condiciones de cautividad en que vivimos.

Frente al despliegue de todo tipo de señales tanto químicas, como cromáticas como acústicas de que se vale la naturaleza para solemnizar la atracción de los sexos cuando llega la época del celo, la especie humana se ha instalado en el celo fijo, al que la naturaleza se niega a colaborar.

Mariano Arnal

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