click here!
DEL DIA A DIA
EL DÍA DE MERCURIO
. Enseñanza

ENTRENARNOS A SER EXIGENTES

En San Adrián del Besós, población así llamada porque este río la cruza justo al desembocar en el Mediterráneo, hay un bellísimo paseo que corre paralelo al río, denominado La Rambleta. Es ciertamente un lugar ideal para pasear a pie o en bicicleta, para correr, para sentarse, para jugar los niños, para pasear los perros. Y son precisamente estos últimos usuarios los que se la han quedado casi en exclusiva. ¿Por qué? Es bien fácil de adivinar: una minoría despreciable (no sólo estadísticamente) consideran una indignidad hacer como los tontos que se agachan a recoger las defecaciones de sus animales. Son muy pocos, pero los suficientes para dejar totalmente degradado nuestro mejor paseo. No es apto ni para pasear ni para llevar los niños a jugar. Y cuando vuelves a casa con la bici, tienes que lavar antes las ruedas si no has andado con cien ojos. Seguro que puede usted cambiar el nombre de San Adrián por el de su pueblo o su barrio, y la historia coincide en todo lo demás. Estamos ante un problema de mala educación. ¿De los mal educados? No, sino de los que se comportan cívicamente, de la gente educada y respetuosa, que ha dejado su educación a medio camino; que ha asumido la parte no conflictiva, dejando para el sistema represivo o coactivo la parte difícil. No es esa la solución; no puede serlo. Nos hemos de acostumbrar a entender que somos responsables de que siga sucia la Rambleta. La mayoría civilizada somos culpables de transigencia y tolerancia cuando vemos que alguien deja allí los excrementos de su perro para que los pisemos. Nuestro silencio no es inocente: contribuimos con él al deterioro de un espacio al que tenemos derecho todos los ciudadanos; hemos de educarnos en el valor de exigirles a los caraduras, que sean respetuosos con los demás. ¿Cómo es posible que una minoría de gente incívica e insolidaria haga callar y obligue a mirar a otra parte a la mayoría civilizada? Ya está bien de bromas: son los que juegan sucio, los que nos están haciendo trampa constantemente, los que van por la vida de listos tomándonos a los demás por tontos, quienes deberían sentirse avergonzados. Y sin embargo tenemos los papeles cambiados. ¿Por qué? Pues porque el entorno educativo en que nos hemos criado nos inculca que lo mejor es hacernos los tontos, hacer como que no vemos ni oímos; y que si nos sentimos perjudicados, nos aguantemos ante la insolencia de los agresores... porque así evitamos meternos en líos. Los que nos mandan pueden estar sumamente satisfechos de nuestra conducta, porque con súbditos así de tolerantes y comprensivos pueden llegar adonde quieran. ¡Qué bien nos lo demostró Hitler! Primero les consentimos que rompan un banco o una farola, o que quemen una papelera. Son chiquilladas. Y somos incapaces de plantarnos y de decirles lo que pensamos de ellos y de sus heroicidades. Pero ese es sólo el aprendizaje. Las chiquilladas van a más. Por eso es tan importante que la gente normal nos entrenemos también y nos eduquemos para resistir civilizadamente a la barbarie. Una buena educación (y hemos de dejar de creer que bien educado es el tonto o el que se lo hace) es la mejor defensa contra los que están dispuestos a abusar de los demás. ¿Pero qué otra cosa podía ocurrir si a unos los educan concienzudamente para que abusen y agredan, y a los otros los educan con no menos esmero para que se dejen hacer y se callen, y hagan como que no ven y pasen de largo?

EL ALMANAQUE examina hoy la palabra exigente, a la que hemos marcado entre los vicios cuando es una gran virtud. Y bien caro que lo pagamos.