DESERTIZACIÓN

El problema no son los desiertos, sino el avance de éstos, al que se denomina desertización. Pero si nos atenemos al significado estricto de la palabra, es aún más hondo el problema: se trata de la deserción o abandono de extensas áreas geográficas anteriormente habitadas y cultivadas. El fenómeno de las grandes concentraciones urbanas, que según los profetas del futuro sólo está a medio camino de lo que ha de ser, se produce a costa de ese abandono. Y suele ocurrir que la deserción humana se deba a una previa desertización de esos territorios. Es finalmente la falta de agua lo que determina su desertización primero y su abandono después.

Desero, deserere, deserui, desertum significa abandonar, dejar, separarse de, faltar a, descuidar. Este verbo no pasó al español, sí en cambio sus derivados. En su lugar desarrollamos el verbo dejar, derivado de laxare, del que me ocupo bajo el artículo dejadez. A partir de deserere se formaron en latín primero el adjetivo desertus, a, um (de hecho es el p.p.p. del verbo), con los significados adjetivos de desierto, inculto, silvestre, abandonado, solitario: urbes dirutae ac pene desertae (ciudades ruinosas y casi desiertas); de ahí la sustantivación en neutro desertum, i con el significado de desierto, soledad, lugar abandonado. Formaron también el sustantivo agente desertor, oris con el mismo valor que tiene nuestro "desertor"; y a partir de él el sustantivo de acción desertio, onis, "deserción". Hasta aquí nada sorprendente. Lo que sí sorprende es que a pesar de las vueltas que ha dado la palabra y de los diferentes usos a que se ha aplicado (tenemos la deserción, la desertización y los concursos desiertos), se mantenga totalmente vivo el significado profundo de la misma: en efecto, el verbo deserere es un compuesto del prefijo de (con valor de separación), más el verbo sero, serere, sevi, satum, que significa sembrar; de donde se deduce claramente que deserere significa dejar de sembrar, y por extensión dejar de cultivar (en todas las acepciones de este verbo). Un desierto es, por tanto, en estricta propiedad, un territorio que se ha dejado de cultivar. Este concepto no se puede aplicar a los desiertos propiamente dichos, evidente producto de la naturaleza; sí en cambio, y con todo rigor, al avance del clima desértico y por tanto de los desiertos a costa de zonas anteriormente cultivadas que hay que acabar abandonando a causa de su aridez, con responsabilidad humana por tanto, ya sea por acción (la propia agricultura a costa de los bosques y gran consumidora neta de agua es por sí misma desertización) como por omisión, abandonando a su suerte amplias zonas antes cultivadas después de haberlas sometido a un intenso proceso de desecación y depauperación. Por cierto, la palabra arena, que denomina la característica del desierto stricto sensu es latina, y procede de áridus, que procede de arere, que por todos los indicios parece una variante de ardere, cuyo significado tenemos de sobras conocido. La aridez, el calor, la falta de agua, el clima riguroso en fin, son lo que define y hace el desierto. Con el agravante de que a todo ello contribuye el hombre de forma muy notable mediante la agricultura intensiva (agotadora del terreno), la ganadería, cada vez más dependiente de ese tipo de agricultura, y todo tipo de industrias, que mediante la deforestación, la alteración del suelo y la devolución a las aguas y a la atmósfera de los desechos, resecan seriamente el clima.

Mariano Arnal

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