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ARTICULOS - ECOLOGIA

EL IMPERIO DE LA LEY Y EL ORDEN NATURALES

La contemplación de la naturaleza produce siempre sensación de orden. Así lo entendió Pitágoras, que llegó a creer que el origen del universo y aquello que lo mantenía en activo era un conjunto de leyes que se reducían a una suprema razón numérica. Y bien que intentó descubrir el escalonamiento de los juegos numéricos hasta llegar al Uno. La intuición fue perfecta; incluso le llevó a útiles resultados matemáticos y astronómicos; pero el camino por el que se metió era de muy corto recorrido, y pronto llegó a su límite, y allí se quedó dando vueltas constantes en torno a sí mismo. De todos modos siempre prevaleció entre los griegos la idea de que el mundo era regido por un orden misterioso y perfecto. Por eso lo llamaron cosmos, porque así lo percibían: como todo un conjunto de belleza y armonía. No fueron pocos los intentos que siguieron en busca de la razón primera y última de todo, y los esfuerzos por clasificar todos los seres en virtud de criterios válidos. Pero entre tanta variedad, con tantas variables se ve más bien como una tarea inabarcable la de descubrir las razones de orden y la consiguiente catalogación de los seres de la naturaleza de conformidad con esos principios. El caso es que no hubo manera de conseguir clasificaciones que funcionasen hasta muy recientemente. La primera dificultad es que había que renombrar para conseguir una clasificación válida. La tabla periódica de los elementos, más que reasignación de nombres (que también, especialmente a los grupos), representó el cumplimiento del divino sueño de Pitágoras: es en efecto una razón numérica la que determina que el oro sea oro; la plata, plata; el plomo, plomo; y el oxígeno oxígeno. Si los pitagóricos hubiesen dado con un descubrimiento semejante, se habrían asegurado el predominio de la ciencia durante más de un milenio. Pero mucho mayores fueron las dificultades para clasificar las plantas y los animales. Aunque también ahí hay razones numéricas muy persistentes, no es posible llegar a la reducción numérica del nombre, de la razón de ser en fin de cuentas. Para meterse en un berenjenal tan complicado, se necesitaba una inmensa audacia, y una fe no menor en las posibilidades de éxito de una empresa que requería muchos años de abnegado trabajo. Fue Linneo el héroe que partiendo de una intuición corajuda, se lanzó a una aventura no menor que la de Colón en busca de la ruta occidental de las Indias. Fue echarse a la mar, a una larguísima travesía, sin saber si llegaría a avistar tierra, y proseguir en su empeño sin desmayo. La intuición de Linneo fue tan buena como la de Colón. No eran las Indias, sino un nuevo continente lo que halló Colón; tampoco Linneo encontró la piedra filosofal tras la que iba, pero lo que halló en el arduo camino que emprendió, no fue menos valioso que el hallazgo de Colón. Dos fueron las coordenadas en que se movió Linneo: el sistema binario de denominación, y los caracteres sexuales de las plantas como factor de clasificación. El sistema binario de denominación, en puridad no lo inventó, sino que lo generalizó. Se usaba ya en las denominaciones vulgares para distinguir las diversas especies de un mismo género. Era lo mismo que el binomio nombre más adjetivo para las cosas, y nombre más apellido para las personas. Lo que realmente constituyó una auténtica genialidad fue olvidar el aspecto global que ofrecían las plantas, para ir a fijarse exclusivamente en los caracteres de los estambres y pistilos. Es el que se llama sistema linneano o sexual de clasificación botánica.

EL ALMANAQUE se ocupa hoy de la taxonomía.