PLATÓNICO
La mayor genialidad de Platón, cuya fascinación no se ha agotado a pesar del paso de
los siglos, fue crear un mundo virtual, como diríamos ahora, mucho más perfecto que el
mundo real, y con la fuerza suficiente para suplantarlo con éxito. Su gran invento fue la
teoría de las ideas: las cosas que vemos no son más que sombras de la gran realidad, de
la esencia de las cosas, que está en las ideas. Así que tanto el conocimiento como la
inclinación, tienen que dirigirse a los prototipos, no a sus copias. Más aún: nuestros
sentidos y nuestra mente han de usar las cosas como trampolín para llegar a las ideas. El
platonismo prendió con fuerza en nuestra cultura: penetró hasta en la Biblia (el inicio
del Evangelio de san Juan es de lo más platónico que se puede escribir), y el genial san
Agustín hizo una lectura platónica de la teología; y hasta tal punto convenció, que
durante siglos fue venerado Platón como un santo profeta.
Amor platónico es, pues, el amor idealizado, el de aquel que considera que sus
sentidos no son capaces de percibir toda la perfección del objeto amado, y que ha de
guiarse por los ojos del alma, que le ponen en contacto con la misma esencia, con el amor
por excelencia. San Agustín identificó al amor con Dios, es decir personificó la idea
del amor, poniéndoles filosofía y belleza poética a los textos bíblicos. "Tarde
te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro
y yo fuera... Una vez abierto el camino, los místicos siguieron tras la
contemplación y goce directo del Amor, no en sus sombras, sino en su esencia, sin la
mediación siquiera de los sentidos. Es ésta la forma más platónica del amor. No sería
nada extraño que fuese la mística iniciada por san Agustín, que durante siglos mantuvo
forma tan sólo teológica, la que influyese de alguna manera en el nacimiento del amor
cortés. Tampoco sería éste el primer caso de transferencia de la cultura religiosa a la
profana (la misma "palabra" salió de la "parábola",
cuyo hábitat natural era la iglesia). Sin los fundamentos teológicos de la mística,
nunca hubiera podido desarrollarse ésta.
¿Por qué habíamos de renunciar a los amores más ideales, si podíamos vivir en
ellos del mismo modo que se vive un sueño? Es que la ilusión es como la ambrosía:
mantiene siempre encendido el deseo y la esperanza y ennoblece la vida. Si podemos
idealizar la realidad en que vivimos, si cada uno puede tener para sí el más sublime y
perfecto amor, ¿por qué íbamos a renunciar? Esa es la esencia del amor platónico:
la disposición a idealizar al ser amado como encarnación del amor. Es la ilusión de
tener cada Quijote su Dulcinea, y cada Dulcinea su Quijote. Pero con el prodigio añadido
de que el amor no queda tan sólo en contemplación, sino que obra buena parte de los
milagros que se forja. Cuando una Aldonza Lorenzo cualquiera sabe que es tenida por
Dulcinea, se metamorfosea en Dulcinea. Y cuando un Alonso Quijano cualquiera se sabe visto
como Quijote, es muy capaz de convertirse en tal. He ahí el embeleso, la virtud de
infundir belleza. "Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos
imprimían" y "ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia
y hermosura en mí dejaste". Sin Platón no hubiésemos llegado hasta aquí.
Mariano Arnal
Copyrigth EL
ALMANAQUE todos los derechos reservados.