Los adjetivos no debieran tener cabida en una sección
léxica dedicada a los nombres de las cosas, porque si las variaciones dentro de un
mismo orden de cosas son importantes, se resuelven éstas mediante la asignación de
nombres distintos: una casa pequeña y poco confortable se llamará choza, barraca,
barracón, refugio, tugurio, chabola o chamizo, según que se dedique a uno u otro fin;
una de tamaño mediano recibirá el nombre de piso o apartamento si forma parte de una
construcción en vertical; y el de torre, villa, casa, chalé, etc. si está sola. Si se
trata de una casa grande, el nombre será residencia, palacio, mansión, finca, castillo,
pazo, masía, quinta, residencia.. Y si se destina a usos distintos del de vivienda,
tendrá nombres específicos: templo, fábrica, taller, oficina, hospital, mercado,
balneario, hotel, asilo
con notables variaciones en razón de las dimensiones y de
matices dentro del mismo ramo. La conclusión es que para denominar las cosas no nos
faltan nombres; y en cambio sobran los adjetivos. No ocurre lo mismo con los sentimientos:
no tenemos distintos nombres para distintas magnitudes, intensidades y matices. Son los adjetivos,
las oraciones adjetivas y demás formas de calificación, lo que nos permite ampliar el
léxico de los sentimientos, porque ni el placer ni el dolor ni el amor ni el odio tienen
tantos nombres como tienen la flor, el insecto, el pez, el árbol o la casa. En relación
pues, con el sentimiento de dolor, voy al análisis del adjetivo intenso.
Tendo, tendere, tetendi tensum es un verbo latino que ya de por sí significa lo
mismo que el español extender, estirar, desplegar, desenvolver, tensar. Es un
movimiento de dentro a fuera, de poco a mucho. Cuando le añadimos, pues, los prefijos in,
ex, con, ad, prae, dis, modificamos este primer significado que ya tiene de por sí el
verbo. Dejo aparcados, porque no es su momento, contender y extender, atender, pretender,
distender con los respectivos derivados, y me detengo en intendere, cuyo supino intensum
da lugar al adjetivo intenso y al sustantivo intensidad; pero también a los
sustantivos intento e intención. Es sabido que el prefijo in tiene
dos valores: el de dirección y el de negación. No importa cuál sea el valor que
elijamos, que el resultado es el mismo: tendere in significa dirigir algo hacia
adentro; no expansionar por tanto, sino concentrar. Porque tal como el placer es por su
propia naturaleza expansivo, y tiende por ende a desparramarse hacia fuera, el
dolor por el contrario es intensivo, tiende a concentrarse y encerrarse. Son las
direcciones opuestas de dos sentimientos opuestos. Por eso utilizamos el adjetivo intenso
en especial en relación con el dolor, y decimos de él que es tanto más intenso, cuanto
más se concentra y más se cierra en quien lo sufre. Por eso es tan importante que quien
ha de soportar dolores intensos, no esté solo, sino que tenga junto a sí a quien le
ayude a sobrellevar el dolor. No es preciso hablar. Basta estar, para que el que sufre
sienta que no está solo en el sufrimiento. Y por eso también, porque es necesario
cambiar la dirección del dolor, hay que ayudar a sacarlo fuera, a exteriorizarlo. Los
frecuentes desahogos a que se entrega quien sufre un hondo dolor, le ayudan a expulsarlo.
Y los ritos coram pópulo, ante el pueblo, son indispensables para hacer público y
participado el dolor. Porque esa es la mejor manera de quitarle intensidad, de desclavarlo
del corazón.