INFIDELIDAD
Sobre la palabra fidelidad, que está construida en latín a partir de la idea de la fiabilidad,
y de que la carga de la virtud no está en quien confía, sino en quien se hace merecedor
de esa confianza; y construida también a partir de la idea que se expresa aún más
claramente en griego en la palabra pistiV (pístis) que es con la que denominan la fe, y que procede del verbo peiqw (péizo), cuyo significado es
básicamente convencer (de diversos modos opuesto a vencer); sobre la fidelidad,
digo, se ha construido la infidelidad. Y repito, se ha construido como reacción de
rebeldía contra la fidelidad, por ser ésta la continuidad de una situación vivida como
imposición. Y me refiero tanto a la fidelidad masculina como a la femenina.
Digo, pues, que la infidelidad es algo vivido en negativo y en rebeldía; que no sólo
es negativa su forma léxica, sino también su forma vital. Si volvemos a la fidelidad
genérica (ver web),
observamos que en cualquier caso no nace de la libre voluntad, sino que viene impuesta por
una previa acción de fuerza, que se pretende asentar como una relación de confianza
mutua, de pacto entre el ganador y el perdedor por el que se comprometen ambos a dar por
bueno el statu quo resultante de esa acción, y a no modificarlo. Si no hubiese en
todo pacto un ganador y un perdedor, aún estarían por inventar los pactos. Todos nacen
de una relación de dominación-sometimiento. Todo pacto (pango, pangere, pactum =
clavar las estacas en señal de que se renuncia a seguir invadiendo el territorio ajeno)
es una suspensión de las hostilidades y en él se invoca la fe mutua, es decir la
fiabilidad recíproca. La toma de prendas o rehenes fue la forma más habitual de
garantizar el cumplimiento de los pactos. Eso explica las grandes cortes, eso explica
muchísimos matrimonios (Salomón, a causa de los pueblos y ciudades que sometió a
tributo, entre mujeres y concubinas juntó en su palacio tantas como 900). Y desde
siempre, los pactos se han cumplido mientras se ha mantenido la situación de debilidad
del que resulta "obligado" a cumplir el pacto por ser la parte perdedora.
En el matrimonio, por el origen histórico del mismo y por la evidente diferencia de
interés sexual entre el hombre y la mujer, y a semejanza de Briseida, atendiendo al
servicio del marido y de la casa, y sirviéndole también en el lecho velis nolis (tanto
si quieres, como si no), ésta no es que se haya sentido, sino que ha sido siempre
perdedora, y a ella le correspondía, naturalmente, la carga de la fidelidad. Además
estaba en condición de rehén desde el momento en que no podía librarse de su
forzada fidelidad al pacto que se le había impuesto (el único posible a partir del
contexto social y económico en que éste se producía). Por eso se entiende perfectamente
que en todos aquellos casos en que el amor mutuo no había transformado en voluntaria y
gozosamente aceptada la fidelidad impuesta por el pacto matrimonial (un auténtico
contrato leonino), tan pronto como la mujer dejó de ser rehén de su marido gracias a la
independencia económica, hizo saltar por los aires la fidelidad impuesta, buscando
recuperar y ejercitar su libertad precisamente en la infidelidad. (Continuará)
Mariano Arnal
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