FIDELIDAD

Sustituir el instinto de grupo, que quedó hecho añicos al desdoblarse la especie en dominador-dominado (con las variantes históricas de devorador-devorado, pastor-rebaño (criador-criatura o Creador-creatura), dueño-esclavo, señor (o Señor)-hombre, explotador-explotado), nos ha costado Dios y ayuda. En efecto, después del dios de la guerra, los romanos tuvieron que hacerle sitio en el Olimpo al dios de los pactos, el dios Sancus o Sangus, (herencia de los sabinos), del que luego se formarán el verbo sancire, del que a su vez deriva nuestro "sancionar" en sus dos acepciones aparentemente opuestas, y el adjetivo sanctus, que nos dará "santo", obtenido del supino. El dios Sancus, que acabó siendo Sanctus, es decir el que da nombre a nuestro concepto de santidad, era el encargado de custodiar los pactos (en su templo, notaría sagrada, se depositaban los pactos, tratados, etc.) Y el mismo dios se ocupaba de castigar severamente (he ahí una de las acepciones de sancionar) a los que rompían lo pactado. Hay que decir que no fue precisamente glorioso su paso por el cielo y por la tierra de Roma. Los romanos, cuyo objetivo máximo era el imperium, la dominación, cumplían los pactos en tanto en cuanto contribuían a incrementar su poder. En caso contrario, los incumplían sin ningún escrúpulo; y como era el Estado, así eran los ciudadanos. La fidelidad no fue el fuerte de Roma. Tal como otros dioses tienen muy bien configurada se misión en el cielo y en la tierra, el dios Sancus tuvo sus vaivenes. Por eso son muchos los que creen que el Dius Fidus o Fidius, hijo de Júpiter, dios de la fidelidad y de la buena fe, no es otro que el antiguo Sancus. Hay que observar también, a este propósito, que la forma arcaica de foedus foederis (de donde federación, federalismo) fue fidus, fideris, es decir sacado del mimísimo tronco de la fidelidad (la fiabilidad).

El árbol de la fidelidad tiene unas raíces muy hondas, y si queremos hablar de ella con fundamento, más vale que las exploremos a fondo. Un apunte más, para llegar al final: fides es de la familia de pistiV (pístis) = fe, a través de peiqw (péizo) = convencer. Es que la fidelidad nunca es gratuita. En realidad la propia palabra latina fidélitas es una contracción de fidabílitas (fiabilidad) y ésta corresponde aportarla a quien pretende que se fien de él, es decir que le guarden fidelidad. Este es, por tanto, el principio de la fidelidad: creer en la persona a la que se quiere ser fiel. Si no se cree en ella, no entra en funcionamiento el mecanismo de la fidelidad, sino sucedáneos de la misma, que no pueden compararse ni de lejos con el producto original. Fideles lacrimae son lágrimas de las que puede uno fiarse, que no ocultan ningún engaño; fidelis portus es el puerto del que te puedes fiar, en el que te sientes seguro; fidelis in amicis esse es ser tal que los amigos puedan fiarse de ti, de donde obtenemos la traducción "fiel o leal con los amigos", que viene a decir que eres tú quien has de fiarte de ellos y mantenerte en su amistad pase lo que pase. Obsérvese que en esto de la fidelidad es facilísimo darle la vuelta a la tortilla, de manera que el más espabilado se exime de la obligación de convencer (peiqein /péizein) de que realmente es de fiar, y exige fidelidad totalmente gratuita a la otra parte. (Continuará)

Mariano Arnal

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