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EL DIA A DIA

 

SENSACIÓN, SENSACIONES; SENTIMIENTO, SENTIMIENTOS

Como no podía ser de otro modo, tras el verbo sentir hay una abundancia de matices increíble. Es una de esas raíces que han crecido con el hombre. No es suficiente explorar el origen de las palabras y analizar los elementos que las componen. Aquí nos acercamos peligrosamente a la arbitrariedad del signo lingüístico, que es en todo caso una anomalía inevitable allí donde las cosas que se denominan se vuelven tan sutiles que no es posible aprehenderlas. Es normal que allí donde la mente crea algo que puede ser percibido como una arbitrariedad o una ficción, el nombre tienda también a ser arbitrario. Siguiendo el orden léxico, parece que los sentimientos deberían proceder del sentimiento, y éste del sentir; la progresión semántica, calcada de la léxica. Pero está claro que no es así. El sentir nace en los sentidos, por supuesto. Aunque bien poco se tarda en pasar de las sensaciones físicas a otro nivel de sensaciones en las que los sentidos no lo hacen todo: "te siento cerca de mí", "siento tu presencia"; en estas sensaciones, no todo es físico; hay ya mucho de anímico. Y de ellas se pasa a esas otras en que los sentidos ya no tienen arte ni parte: "siento tu ausencia". Son sensaciones, claro está, en las que los sentimientos empiezan a abrirse paso: la sensación de la ausencia la percibían los griegos como un dolor físico, por eso la llamaron nostalgia: dolor por la lejanía. Un sentimiento al que le dimos el nombre de añoranza cuando se adelgazó aún más y se hizo todo él espíritu. Por fortuna estamos inmersos en una profunda cultura de los sentimientos: nació esta tendencia en la Edad Media, con la insigne creación del amor cortés, que llenó las novelas de caballerías: novelas de amor de caballeros andantes, cuyas andanzas iban todas dirigidas a conquistar el amor de la dama. Y renació con fuerza en el romanticismo, en que los sentimientos vuelven a ser el principal protagonista. Es que son el principal activo del animal racional que quiere ser el hombre. Cada conquista que se ha hecho en este campo, se ha consolidado: hace tiempo que pasó el huracán del romanticismo, y tras él han soplado los vientos áridos, racionalistas y materialistas, que dieron la impresión de que el romanticismo había sido una alucinación pasajera; y sin embargo, soplen los vientos que soplen en las altas capas de la cultura, sigue viva hasta en los niveles más humildes, la fuerte demanda de sentimientos que desencadenó este movimiento. El resultado es que nadie está dispuesto a prescindir de ellos en su vida privada, por materialista e interesado que sea en su vida productiva. Cuando alguien se excede se dice de él, que es un sentimental. A la persistencia en esta actitud se la llama sentimentalismo, con un tono ya un tanto peyorativo. Pero no se ha detenido ahí la adaptación del sentir a los sentires del alma: incluso se ha adaptado la palabra sensación para referirse al ámbito suprasensorial: si decimos de algo o de alguien que produce sensación, estamos refiriéndonos de nuevo a los sentimientos, en un estado más primario. Cuando decimos de alguien que es muy sensible, o que tiene una gran sensibilidad, estamos elogiando la fineza de su espíritu (a los excesos los llamamos sensiblería). Y cuando algo o alguien es irracional, decimos que no tiene sentido; es que finalmente lo que más contribuye a dar sentido a la vida humana (incluida su vertiente racional y práctica), a direccionarla por tanto, son los sentimientos.

EL ALMANAQUE dedica hoy su reflexión léxica a los sentimientos.