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FRIALDAD

Hay cantidad de obligaciones no escritas en los códigos legales, a las que por eso se las llama "morales". Entre ellas está la de la calidez de las relaciones en el matrimonio. Porque aunque se puede definir el débito conyugal como lo hizo el derecho canónico, es imposible articularlo, pues sería peor el remedio que la enfermedad. Lo más importante de la conducta queda, pues, a merced de la buena voluntad, de las buenas inclinaciones, de la buena índole de cada cual. Así, entre las peores faltas morales (la ley no tiene nada que hacer en este ámbito) contra la convivencia de la pareja, está la frialdad de las relaciones.

Probablemente debe ser universal la utilización de los adjetivos frío y caliente, con sus respectivas sustantivaciones, para referirse a la presencia o a la ausencia de los ardores del sexo. La metáfora es excelente, y da mucho juego tanto en el lenguaje vulgar como en la más sublime poesía. Los romanos, por supuesto, ya en sus términos frigus, frígoris (frío) y calor, caloris (completado con ardor, ardoris) descubrieron y desarrollaron todas las posibilidades de esta terminología en el campo del sexo y del amor. No hemos inventado nada por tanto. Hay que destacar sin embargo, que en la especialización de las palabras hemos ido más allá que los romanos. Por empezar hemos relegado la frigidez (frigíditas, apenas usado por los romanos) para designar la indiferencia de un animal reproductor en presencia de otro de la misma especie, pero de sexo contrario; evidentemente se trata de un término veterinario relacionado con la reproducción, anterior a la inseminación artificial, cuando era indispensable el interés de los animales por unirse. La frigidez era una barrera insalvable en muchos casos de hibridación. Como tantas otras cosas, el concepto de frigidez se transfirió de la ganadería a la especie humana, al campo de la ginecología, y en ella al área de la psicología. De la frigidez animal ya no se habla, porque con las nuevas técnicas genésicas ha dejado de existir como problema. Y en su nueva asignación, la frigidez (para los ingleses frigidity) se ha definido como la falta de orgasmo de la mujer en el coito normal. Así está el patio. Claro que en esta doctrina se supone, aunque no se explicita, que la mujer debe ser igual al hombre en deseo y en capacidad orgásmica. Y si no lo es, tiene que ir al psicólogo, porque sufre un trastorno anímico.

Suerte que la lengua, es decir la comunidad de hablantes, es más sabia que los inventores de esa patraña, y para lo que sí que es una auténtica anomalía psíquica (y no exclusiva de la mujer), forjaron el término frialdad, que se define, a los efectos que ahora interesan, como tibieza progresiva en las relaciones, que degenera en indiferencia, en olvido y a veces en desprecio. Los sinónimos van del desafecto al desamor, pasando por la indiferencia. Su uso se extiende también al campo de la frigidez, pero no como patología, sino como actitud. Es decir que la frialdad es un concepto netamente psíquico, o para ser más precisos, afectivo. Son perfectamente compatibles el mayor ardor y la más absoluta frialdad (distintivo de las relaciones mercenarias y esporádicas); y son compatibles también, y muy frecuentes en parejas estables y armoniosas, un notable nivel de frigidez junto con una gran calidez en las relaciones. Sólo cuando las relaciones son materialistas e interesadas, la frigidez desemboca en frialdad.

Mariano Arnal

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